Torremolinos en 1963 era un canto de libertad prematuro en la España grisácea de Franco. «Recuerdo un día en Torremolinos en que vi una de esas comunas hippies y todo el mundo tenía más de veinte años y nadie tenía ninguna obligación y todo era maravilloso», reflejó en Hijos de Torremolinos James A. Michener.
No fue el único en darse cuenta, años después, del descoque costasoleño pues desde el comienzo de la década de los sesenta la La isla o Eldorado, como también se le bautizó en otros libros, daba cobijo a hijos de mil naciones, que llegaban hasta el punto más meridional de Europa en busca de emociones, paisajes, playas y para engancharse a esa ruta que unía el sur hispánico con el norte de África con final en Katmandú.
Brian Epstein, el considerado como quinto Beatle, se ve que pudiera ya conocer aquel recóndito pueblo de pescadores que entonces era un Saint Tropez pata negra, pero con más gracia y más trasiego nocturno... Éste invitó a John Lennon a perderse con él unos días en sus calles, alrededor de dos semanas, y el autor de Imagine no se lo pensó. Dejó a su esposa, con la que acababa de contraer matrimonio, y a su hijo recién nacido en sus brazos para entregarse a una aventura que luego le costaría los piños a un discjockey de Liverpool que bromeó con su ambigüedad sexual, por aquel devaneo con su confeso amigo y manager, gay, en las terrazas de la ahora vieja Nogalera, entonces ya manzana del pecado en Torremolinos.
Lennon lo dejó escrito en sus memorias. «Solíamos sentarnos en un café de Torremolinos viendo a los chicos. Yo le preguntaba cuál de ellos le gustaba y disfrutaba de sus respuestas como un escritor que está experimentando una realidad que no es la suya». Suficiente para dejar volar la imaginación. Y suficiente para saber que aquel liverbird acabaría sacando los pies del plato de la mina de oro Beatle para caminar en solitario. Tanto que ya había dejado también en la estacada a los otros tres componentes del grupo, que eligieron Tenerife para su descanso. Una escapada que quedó bien documentada el mismo año, no como la suya.
Semanas después, en julio, la banda actuaba en un regreso a The Cavern, el lugar desde el que salieron al mundo, el mismo día en el que cumplía años Paul McCartney. Entonces en un momento de la actuación se apagó la música. Quizá para cantarle el cumpleaños por sorpresa al cantante. Pero lejos de oírse palabras amables y de felicitación lo que se oyeron fueron gritos y ruidos de vasos. La razón, un comentario del discjockey, que con güasa le susurró a John: «Hola, ¿Qué tal tu luna de miel en Torremolinos?». Los mandobles del músico al parecer fueron de aúpa. Se ve que Lennon todavía no había desarrollado al pacifista que llevaba dentro. «Me llamó marica y yo le aplasté las puñeteras costillas», explicaría sobre el asunto.
Esta anécdota, pese a ser poco recordada por la abrumadora época de celebrities que acogió Torremolinos, provocó que alguien, un buen día, decidiera rotular una calle del municipio con su nombre, tal vez rememorando aquella curiosa visita aislada. Esa calle que medio siglo después el Ayuntamiento está prolongando para que llegue hasta el mar, como en una paradoja del destino por recuperar aquella historia. Ahora bien, aquello no sería un affaire aislado para Epstein con la localidad, pues dos años después el productor vuelve a dejarse caer por Málaga, donde del brazo de dos guapas acompañantes hace aparición en un tablao local, ‘La Taberna Gitana’. En esa segunda ocasión, un periódico local desmentiría la posibilidad de que The Beatles pudieran dar un concierto en Málaga.
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