jueves, 9 de octubre de 2008

El Mundo; Amor imposible en las aulas



Amor imposible en las aulas

Madrid – (El Mundo)

Un 41% de los alumnos dice que cambiaría de asiento o se sentiría incómodo si supiera que su compañero es gay.

A la chiquilla de 13 años la pescaron con la prueba del nueve en una razzia de pupitres. Habían cazado a una lesbiana. Allí estaba el dibujo de dos corazones entrelazados en su agenda escolar, el dibujo de dos corazones con nombre de mujer, el amor prohibido de cajonera y tiza (mira por dónde) que se iba a meter después de clase la tortillera por donde ellas le dijeran.

Estuvo cinco meses purgando el crimen en aquel instituto que se le hacía un Auschwitz a la chica; sufriendo quemaduras de cigarrillo en cabeza y espalda; recibiendo golpes e insultos; amenazada con navajas, y siendo obligada en aquellos aquelarres del lunes incluso a comer tierra.

Pasó en Sabadell hace unos meses, en el IES Vallès. La chica hoy dibuja corazones a salvo.Se cambió de centro.Hay testimonios de pánico en estas adolescencias de desfiladero:«Recuerdo haber bajado a los baños de chicas y había una pintada en una de las puertas que decía: hay que matar a la secta de lesbianas. Estaban mis iniciales puestas, y las de mi novia».

(David, transexual masculino). Hay retrovisores reventados en mil añicos: «Se han metido más por mi orientación que por mi cáncer. La verdad es que se meten mucho conmigo.

Mi primer año escolar fue lo peor, lo peor. Siempre que pasaba yo, todo lo que es la fila decía: ‘Tápate el culo, tápate el culo’» (Mané).Llegan a clase expectantes, se les identifica al poco, se les marca como a ganado y pasan a enfilar el ineludible matadero.

Un 41% de los chicos entre 11 y 19 años dice que se cambiaría de asiento o se sentiría incómodo si supiera que su compañero de clase es homosexual. Uno de cada cuatro jóvenes asegura sentir «asco» cuando ve a dos gays demostrando su afectividad.

Sólo la mitad está seguro de que en casa se les apoyaría en su homosexualidad.

Los datos son del informe Actitudes frente a la diversidad sexual de la población adolescente de Coslada y San Bartolomé de Tirajana, basado en 4.636 entrevistas realizadas en 2007, y viene a evidenciar que la arribada a la playa de la normalidad normativa no ha hecho amainar el temporal aguas adentro.

Un trabajo inconcluso con 300 adolescentes homosexuales, que la Federación Estatal de Gays y Lesbianas (FELGTB) hará público en diciembre, evidencia, además, que «la inmensa mayoría » de estos jóvenes sufre insultos y que «muchos» reciben «palizas».

Hablamos con Yolanda, 17 años y estudiante del Instituto Tirant Lo Blanch de Gandía, que lleva escuchando lo de «comecoños» y «bollera » un día sí y otro también, con la madre ahí presente del brazo, las dos saliendo de casa como escalando un tourmalet con el público encendido en contra.«Esto pasa desde hace un año.

Me da vergüenza salir a la calle con mi madre por ella, por lo que tiene que oír y porque ella lo pasa mal», nos cuenta Yolanda, que aguanta el ataque de los alumnoshiena con una armadura de afectos. «Me insultan con bollera o comecoños, diciéndome: ‘Qué asco’. Algunos son de mi clase, otros mayores, y siempre que salimos a la calle están ahí en el parque para ir a pormí».

Peor fue lo de su novia. «Ella es transgénero. La esperaban en la puerta. Tuvo que dejar el instituto por un tiempo por acoso. A ella iban a pegarla. Mejor no hablamos de esto...».Las características del acoso escolar por orientación sexual las disecciona Jesús Generelo, coordinador del área de educación de la Federación de Gays y Lesbianas, como quien diserta sobre el sabor de un plato ya probado.

La indefensión, el contagio del estigma y la presencia intangible y omnipresente de la heteronormatividad.«Lo primero es que son personas muy indefensas, a veces no tienen clara su identidad y, si la tienen, no saben si cuentan con el apoyo del profesor o la familia; luego está el llamado contagio del estigma: si apoyas al gordito o al marroquí no eres gordito ni marroquí. Pero, ay, si apoyas al homosexual…».

Miquel no contagia nada, pero se quedó ojiplático cuando su profesor de Literatura, en su instituto levantino de los escolapios, levantó el teléfono para dejarle desnudo.

Al chaval lo arrancaban del armario.–¿Es usted el padre deMiquel?–Sí, diga.–Soy su profesor. Bueno, es que le llamo para decirle que su hijo es gay.«Desde entonces, mis padres lo llevan bastante mal», confiesa Miquel. «Cuando le pregunté al profesor que por qué lo había hecho, me contestó: ‘No esperaba que la cosa saliera así’».

Miquel cuenta que lo habitual es que ciertos tipos le llamen «maricón de mierda» o «enfermo». Lo dice quien una vez terminó con un parte de lesiones y con la cara como un mapa mundi después de la agresión de ocho chicos de las brigadas puro macho.

Mientras no se fumiguen las aulas con voluntad política, la carcoma sigue ahí horadando los pupitres y amenazando el mobiliario. La proposición no de ley que instaba al Gobierno a tomar medidas para acabar con la homofobia en la escuela fue aprobada en 2006.

Va a hacer dos años ya que debería haberse desarrollado el plan y sólo hay aire entre las manos. La versión más edulcorada de Educación para la Ciudadanía tampoco era el elixir deseado.

«Hemos avanzado mucho, sobre todo con los cambios normativos de las últimas legislaturas», llama a la calma Toni Poveda, presidente de la FELGTB.

«Lo prioritario ahora es presionar para que el Gobierno sea valiente y cumpla el plan que aprobó el Congreso. Hay una minoría que hace ruido en contra, pero la realidad es otra».Venimos de la glaciación. Hace frío y se siguen pintando corazones. Ha comenzado el deshielo.

No hay comentarios: