Abdellah Taïa, el viernes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, sede del congreso. MÓNICA PATXOT
Kif kif (iguales) es el nombre elegido por la primera asociación marroquí de gays y lesbianas. Su presidente, Samir Bargachi, estuvo el viernes en el congreso de Madrid y contó cómo han intentado legalizarse en vano.
Pero su mera existencia es un gran logro. Porque como dijo Bargachi, ser homosexual en Marruecos no es muy difícil; lo que es imposible es declararlo. “Nos tratan como anormales”, deploró.
Las lesbianas viven una situación aun peor que la de los homosexuales varones. Su discriminación es doble; por ser mujer y por ser lesbianas.
"Mi país vive en la negación de la homosexualidad"
Este escritor marroquí se autodefine con ironía como un «héroe», pues fue el primer intelectual de su país en tomar la decisión difícil de salir del armario con nombre y apellidos
TRINIDAD DEIROS - MADRID - 28/09/2008 21:27
Tiene 35 años pero la juventud se resiste a abandonarle. Como tantos marroquíes de origen humilde, Abdellah Taïa (Salé, 1973) es una persona de ademanes dulces pero llenos de melancolía. La misma que impregna su obra, en la que narra su vida de joven homosexual, primero en su país y, después, en un exilio largo tiempo soñado en París, la ciudad donde quería estudiar cine y donde vive desde 1999. En enero de 2006, exponiéndose al escarnio de la sociedad en la que nació, reconoció públicamente su condición de homosexual en el semanario independiente marroquí Tel Quel. En junio de 2007, esta revista le dedicó su portada: sobre su fotografía, se podía leer Homosexual. Fue el primer intelectual de su país en salir del armario: ahora es un símbolo. Hace una semana, este escritor estuvo en Madrid para participar en el primer congreso sobre Derechos Humanos, Sociedad Civil y Homosexualidad en los países musulmanes, organizado por la Confederación Española de Asociaciones de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (Colegas). Esta confederación quiere llamar la atención sobre la trágica situación en la que viven los homosexuales en los países islámicos.
En 26 estados de mayoría musulmana, esta opción sexual es delito. En algunos, como Irán o Arabia Saudí, se castiga con la muerte. En Marruecos no se llega a tanto, pero el artículo 489 del Código Penal prevé penas de seis meses a tres años de cárcel para los homosexuales. La vida de Taïa sigue dominada por el peso de la H'chouma: la vergüenza.
Usted describe irónicamente su salida del armario como su conversión en héroe
Fue durante la presentación de mi libro Le Rouge du Tarbouche (El rojo del fez). Una periodista del Tel Quel quería dedicar su artículo a la homosexualidad. Nunca pensé que haría algo parecido, pero entonces me di cuenta de que tenía que ser valiente, una especie de héroe. Esta periodista me dio la oportunidad de llevar hasta el final mi verdad íntima y literaria; porque mi reivindicación no era sólo sexual, sino identitaria.
¿Lo sintió como un deber?
Por supuesto. Es la literatura la que me da visibilidad y el derecho de hablar. Hay un deber de decir la verdad, de tomar la palabra.
¿Qué siguió a su anuncio?
Me esperaba una reacción violenta, pero hubo de todo. Algunos medios (se refiere, por ejemplo, al popularísimo diario Al Massae) me insultaron. No digo que esto sea normal, pero sí es sintomático de las contradicciones de la sociedad marroquí, en la que la homosexualidad se ha convertido en una obsesión. Lo bueno es que ahora con el asunto de la supuesta boda gay en Alcazarquivir (seis homosexuales fueron a la cárcel por ello), se ha abierto un debate sobre este asunto.
¿Y su familia?
Su reacción fue de gran dolor. Mi hermano pequeño no podía ni salir a la calle. Estaban en su derecho de sentir dolor: yo acababa de anunciarles que era diferente y además temían por mí. Pensaban que yo no podía ser un buen musulmán, pero no me rechazaron. Mi sufrimiento no es nada comparado con los gays que han estado en la cárcel o, por ejemplo, el de ese estudiante de Fez al que los islamistas hicieron un juicio hace dos años por ser homosexual.
¿Ha vuelto a su casa familiar?
Sí, en junio, pero en casa no hablamos de mi homosexualidad. Eso no quiere decir que mi familia lo acepte. Cuando volví a casa, mi madre cocinó mucho para mí. Fue muy tierno, pero sé que era una forma de no hablar sobre ello. En Marruecos, aún estamos en la negación de la homosexualidad, no queremos nombrarla porque eso representaría reconocer su existencia.
¿Se trata sólo de libertad sexual?
La auténtica cuestión no es la sexualidad, incluso si el sexo es un derecho humano, sino la individualidad. En Marruecos, el peso de la sociedad y la familia es agobiante, pero es que venimos de generaciones de adoctrinamiento.
Usted dice que el árabe es la lengua del silencio.
Sí, es una lengua que se usa para callar.
¿Por eso escribe en francés?
No, el francés en Marruecos es la lengua de los ricos y, siendo yo de familia pobre, era un reto dominarla. Pero me gusta y no me gusta a la vez. Empecé a escribir en ella porque tenía un diario personal para mejorar mi francés que fue luego el germen de mis libros.
La homosexualidad está muy presente en la cultura popular marroquí.
Sí, esos hombres que se disfrazan de mujer en la plaza Jmaa el Fna sin que ocurra nada o las romerías donde tradicionalmente ha habido una gran tolerancia. Pero es que los marroquíes, en privado, son una gente muy libre. El problema es el control de la sociedad. Yo no quiero renunciar a esa cultura popular.
¿Hay mucha hipocresía?
Sí, en Marruecos hay una tensión homosexual evidente que quizás viene de ese deseo de controlar a la gente. Incluso los del partido islamista te dicen: "Tú puedes ser homosexual pero que no se vea". No hay problema si lo haces a escondidas; sin embargo, llega un momento en el que la sociedad te atrapa e intentan obligarte a que te cases.
¿Es usted optimista sobre el futuro de Marruecos?
Vivo una lucha interior. Hay veces que soy optimista: mire cómo ahora los periódicos critican al rey, pero, en el aspecto económico, todo está estancado. La cotidianeidad de muchos marroquíes es luchar para comer cada día; así es imposible hablar de libertad sexual. La precariedad económica impide la evolución de las mentalidades. Aun así, hay una evolución innegable, pero el deseo de modernidad debe luchar en Marruecos contra las fuerzas del oscurantismo, que pretenden imponer su visión.
¿Se considera usted musulmán?
Culturalmente me siento musulmán, pero lo soy a mi manera, no como se me quiere imponer.
En 26 estados de mayoría musulmana, esta opción sexual es delito. En algunos, como Irán o Arabia Saudí, se castiga con la muerte. En Marruecos no se llega a tanto, pero el artículo 489 del Código Penal prevé penas de seis meses a tres años de cárcel para los homosexuales. La vida de Taïa sigue dominada por el peso de la H'chouma: la vergüenza.
Usted describe irónicamente su salida del armario como su conversión en héroe
Fue durante la presentación de mi libro Le Rouge du Tarbouche (El rojo del fez). Una periodista del Tel Quel quería dedicar su artículo a la homosexualidad. Nunca pensé que haría algo parecido, pero entonces me di cuenta de que tenía que ser valiente, una especie de héroe. Esta periodista me dio la oportunidad de llevar hasta el final mi verdad íntima y literaria; porque mi reivindicación no era sólo sexual, sino identitaria.
¿Lo sintió como un deber?
Por supuesto. Es la literatura la que me da visibilidad y el derecho de hablar. Hay un deber de decir la verdad, de tomar la palabra.
¿Qué siguió a su anuncio?
Me esperaba una reacción violenta, pero hubo de todo. Algunos medios (se refiere, por ejemplo, al popularísimo diario Al Massae) me insultaron. No digo que esto sea normal, pero sí es sintomático de las contradicciones de la sociedad marroquí, en la que la homosexualidad se ha convertido en una obsesión. Lo bueno es que ahora con el asunto de la supuesta boda gay en Alcazarquivir (seis homosexuales fueron a la cárcel por ello), se ha abierto un debate sobre este asunto.
¿Y su familia?
Su reacción fue de gran dolor. Mi hermano pequeño no podía ni salir a la calle. Estaban en su derecho de sentir dolor: yo acababa de anunciarles que era diferente y además temían por mí. Pensaban que yo no podía ser un buen musulmán, pero no me rechazaron. Mi sufrimiento no es nada comparado con los gays que han estado en la cárcel o, por ejemplo, el de ese estudiante de Fez al que los islamistas hicieron un juicio hace dos años por ser homosexual.
¿Ha vuelto a su casa familiar?
Sí, en junio, pero en casa no hablamos de mi homosexualidad. Eso no quiere decir que mi familia lo acepte. Cuando volví a casa, mi madre cocinó mucho para mí. Fue muy tierno, pero sé que era una forma de no hablar sobre ello. En Marruecos, aún estamos en la negación de la homosexualidad, no queremos nombrarla porque eso representaría reconocer su existencia.
¿Se trata sólo de libertad sexual?
La auténtica cuestión no es la sexualidad, incluso si el sexo es un derecho humano, sino la individualidad. En Marruecos, el peso de la sociedad y la familia es agobiante, pero es que venimos de generaciones de adoctrinamiento.
Usted dice que el árabe es la lengua del silencio.
Sí, es una lengua que se usa para callar.
¿Por eso escribe en francés?
No, el francés en Marruecos es la lengua de los ricos y, siendo yo de familia pobre, era un reto dominarla. Pero me gusta y no me gusta a la vez. Empecé a escribir en ella porque tenía un diario personal para mejorar mi francés que fue luego el germen de mis libros.
La homosexualidad está muy presente en la cultura popular marroquí.
Sí, esos hombres que se disfrazan de mujer en la plaza Jmaa el Fna sin que ocurra nada o las romerías donde tradicionalmente ha habido una gran tolerancia. Pero es que los marroquíes, en privado, son una gente muy libre. El problema es el control de la sociedad. Yo no quiero renunciar a esa cultura popular.
¿Hay mucha hipocresía?
Sí, en Marruecos hay una tensión homosexual evidente que quizás viene de ese deseo de controlar a la gente. Incluso los del partido islamista te dicen: "Tú puedes ser homosexual pero que no se vea". No hay problema si lo haces a escondidas; sin embargo, llega un momento en el que la sociedad te atrapa e intentan obligarte a que te cases.
¿Es usted optimista sobre el futuro de Marruecos?
Vivo una lucha interior. Hay veces que soy optimista: mire cómo ahora los periódicos critican al rey, pero, en el aspecto económico, todo está estancado. La cotidianeidad de muchos marroquíes es luchar para comer cada día; así es imposible hablar de libertad sexual. La precariedad económica impide la evolución de las mentalidades. Aun así, hay una evolución innegable, pero el deseo de modernidad debe luchar en Marruecos contra las fuerzas del oscurantismo, que pretenden imponer su visión.
¿Se considera usted musulmán?
Culturalmente me siento musulmán, pero lo soy a mi manera, no como se me quiere imponer.
.
Kif Kif, la asociación pionera en Marruecos
Kif kif (iguales) es el nombre elegido por la primera asociación marroquí de gays y lesbianas. Su presidente, Samir Bargachi, estuvo el viernes en el congreso de Madrid y contó cómo han intentado legalizarse en vano.
Pero su mera existencia es un gran logro. Porque como dijo Bargachi, ser homosexual en Marruecos no es muy difícil; lo que es imposible es declararlo. “Nos tratan como anormales”, deploró.
Las lesbianas viven una situación aun peor que la de los homosexuales varones. Su discriminación es doble; por ser mujer y por ser lesbianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario