Yang Teng sostiene una escultura de Themis en Beijing.
Beijing (apro).- El movimiento gay en China mira al pasado 19 de diciembre como un día histórico en el camino hacia la protección de sus derechos: un tribunal declaró que la homosexualidad no es una enfermedad y, por tanto, no debía de ser curada.
Fue el colofón al primer proceso contra una de tantas clínicas que “curan” la homosexualidad en China. En julio pasado, durante la vista oral, una docena de activistas de la asociación de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) disfrazados de doctores y enfermeras blandían enormes inyecciones y simulaban electrocutar a un sufrido paciente. No son habituales los alegatos públicos gays en China, pero la comunidad era consciente de lo mucho que se jugaba.
El demandante es un treintañero de la provincia de Guangdong que confesaba sentirse traumatizado. “El experto me hizo tumbar en la camilla, me pidió que me relajara y me habló de gays que se prostituían y otros aspectos negativos. Me pidió que imaginara que mantenía relaciones sexuales con hombres y me preguntó si experimentaba placer. Cuando asentí, me sometió a una descarga eléctrica en el brazo”, relataba meses atrás Yang Teng a Apro en una cafetería de Pekín.
“Pasas de la extrema relajación a la alteración. Le dije que estaba asustado y me contestó que ese era el efecto que buscaba. Tenía que repetir la operación 3 o 4 veces por sesión. Eso supone un millar de descargas. Cualquiera que sea sometido a eso terminará con un trastorno mental. Les dije a mis padres que no quería volver”, continuaba.
Yang demandó a la clínica Xinyu Piaoxiang de Chongqing por el trauma y a Baidu, el principal buscador en Internet chino, por incluir la publicidad del centro.
El tribunal condenó a la clínica a pagar 3 mil 400 yuanes (8 mil 100 pesos) de indemnización a Yang y a colgar en su website durante 48 horas disculpas por ofrecer servicios fraudulentos.
Baidu ya ha retirado la publicidad de centros similares. “Estaremos muy atentos para que no entren anuncios de falsos tratamientos de terapia para gays en el futuro y deseamos sinceramente que Yang encuentre consuelo en la sentencia”, declaró un portavoz de la compañía.
Clínicas de “curación”
Pero las expectativas de las organizaciones de LGBT se han demostrado excesivamente optimistas. La sentencia aclara que es ilegal promover la conversión de gays, pero no fuerza el cierre de las clínicas. Estas siguen operando y ni siquiera ha cerrado la de Chongqing. Los centros ya no pueden publicitarse en Baidu, pero sus nombres aparecen sin problemas en el buscador.
“No será fácil acabar con ellas. Tenemos que presionar a los departamentos de salud ante el ministerio o ante el que haga falta porque no hay leyes aún que defiendan los derechos de gays”, señala por teléfono Ying Xin, directora del centro pequinés de LGBT.
“No hay ninguna ley china aún que las declare ilegales, pero deberían ser prohibidas porque atentan contra la ciencia y la ética”, sostiene por teléfono James Yang, activista, quien recuerda que ya han sido prohibidas en California y desaconsejadas por la ONU.
La importancia de la sentencia es más didáctica que jurídica. En un país de férreo respeto a la autoridad, la palabra de un tribunal tiene un peso trascendental. Las organizaciones de LGBT pueden vencer las reticencias de padres dubitativos blandiendo la sentencia.
El caso la he cambiado la vida a Yang. Aquel joven tímido que usaba pseudónimo, rehuía a la prensa occidental y defendía su privacidad cuandoApro lo contactó durante el juicio, es hoy considerado en medios nacionales y extranjeros como baluarte de la lucha de los derechos de gays.
“Sinceramente, nunca pensé que pudiéramos llegar tan lejos. Es la primera vez que un tribunal se manifiesta sobre la homosexualidad y ahora tenemos un arma legal para cerrar las clínicas. Tengo más fuerza en el corazón y quiero seguir luchando por los derechos de mi comunidad”, sostiene por teléfono.
La sentencia es un arma valiosa en el doble frente judicial y de concienciación social. Las organizaciones de gays la utilizan en actos públicos y la presentan ante los organismos públicos para que empujen el cierre de las clínicas o ante las propias clínicas.
“El tema de las clínicas es candente, mucha gente ha conocido la decisión judicial por la prensa y viene al centro para que le expliquemos qué significa. Pero la sentencia es sólo el inicio, no es el final feliz de la historia”, resume Ying.
La organización de LGTB de Pekín, que apoyó el proceso contra la clínica de Chongqing, ha extendido al terreno judicial su lucha contra iniciativas acientíficas tradicionalmente impunes. También ha denunciado a un centro pequinés que ofrece análisis de ADN para averiguar si el paciente es un “verdadero” gay.
Ser gay en China
En otro juicio histórico, un tribunal chino aceptó el mes pasado la primera denuncia por discriminación laboral. Una empresa despidió a su trabajador después de que este hubiera sido grabado en la calle discutiendo con su pareja y el video corriera por las redes sociales. La empresa ha insistido para evitar el oprobio social en que lo echó por su pobre bagaje laboral, lo que muestra una sensibilidad cambiante.
Las clínicas de conversión de gays aún sobreviven de forma residual en sociedades más avanzadas como la estadounidense, británica o singapuresa. En Occidente han sido desacreditadas por la comunidad científica en pleno y, dos años atrás, la sociedad más antigua de Estados Unidos bajaba la persiana tras implorar perdón por el “dolor, la vergüenza y la culpa” infligidos a sus pacientes. Exodus International, que llevaba 37 años ofreciendo la “liberación” a los gays, reconocía finalmente que sus teorías eran patrañas mucho después de que la Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos desautorizara su terapia reparadora.
En China aún disfrutan de cierta credibilidad en ambientes rurales y tradicionales. Una búsqueda por Internet descubre clínicas que prometen índices de “curación” del 70 %. El centro de Chongqing denunciado cobraba el equivalente de más de 75 mil pesos por el tratamiento completo y aseguraba haber convertido en heterosexuales a una decena de gays en 2010 y otros siete en los primeros seis meses de 2012.
“Ningún tipo de homosexualidad lo es en realidad. Es sólo una forma equivocada de expresar la sexualidad. Los gays sólo necesitan ser guiados”, explicaba la clínica en su web.
El centro de LGBT sostiene que no ha habido ni un solo caso exitoso, pero que los pacientes mienten para contentar a la familia o acabar un tratamiento doloroso.
Mientras las clínicas que “curan” a gays en Occidente están estimuladas por las interpretaciones religiosas extremistas, su fuerza motriz en China es la presión social que impone la tradición. El primer deber que el confucianismo ordena a un vástago es la descendencia y la supervivencia del apellido. La política del hijo único, que coloca todos los huevos en una cesta, puede convertir a un gay en una tragedia griega. El respeto reverencial a los padres empuja a muchos a esas clínicas de conversión. Yang es un ejemplo.
“Ni siquiera los padres se creen que sus hijos puedan ser curados, pero se engañan ante la desesperación. De todas formas, es una práctica muy minoritaria y localizada en ambientes rurales. Aquí, en Beijing, ser gay es inclusoguay”, señala Ma Lon, quien organiza fiestas cuya recaudación va a la asociación de LGBT.
Las dimensiones chinas impiden un estudio monolítico. El movimiento gay es cada vez más amplio y visible en Beijing, Shanghái o Guangzhou. En la capital hay varios locales para gays y lesbianas y muchos más que celebran fiestas temáticas. En el ámbito público impera aún la política del “no preguntes, no contestes”.
“Hay presentadores de televisión, políticos, cantantes y actores gays. Lo sabemos todos, pero no lo pueden confesar abiertamente porque dejarían de tener trabajo”, continúa Ma.
Destination, egregio bar de ambiente de la capital, muestra una fachada desnuda que contrasta con la orgía lumínica y decibélica de los locales de la acera contraria. Shanghái acoge un festival gay anual con películas y charlas, pero el exuberante desfile callejero de otras ciudades del mundo se antoja aún quimérico.
La prensa nacional ha dado tímidos pasos. Dos años atrás se publicaron las fotos de la entonces primera ministra islandesa, Johanna Sigurdardottir, con su mujer, en una recepción en Beijing con el exprimer ministro Wen Jiabao. La escritora y dramaturga Jonina Leosdottir fue presentada como su “esposa” en la televisión pública, para pasmo de muchos espectadores. Cuatro años atrás, los medios habían ignorado a la pareja gay del ministro alemán de Exteriores, Guido Westerwelle, durante su visita a Beijing.
La situación actual de los gays en China ofrece claroscuros. No está penalizada, a diferencia de otros países asiáticos. La homosexualidad abandonó el Código Penal en 1997 y la lista de enfermedades mentales en 2001, pero persisten las alusiones discriminatorias en los libros de textos y en la sociedad.
La aceptación de la homosexualidad en China ha oscilado a lo largo de la Historia, aunque ha sido tradicionalmente más tolerada que en Occidente. Los gays no han sufrido persecuciones tan crueles como las ordenadas por el cristianismo en Europa durante la Edad Media. No la condenan el taoísmo, el confucianismo ni el budismo, las tres fuentes del pensamiento chino. En las antiguas dinastías Han, Song, Ming o Qing hay múltiples referencias a ellas y obras clásicas de la literatura nacional como A la orilla del río o El sueño de la habitación roja contienen descripciones de relaciones entre hombres. La primera ley contra la homosexualidad fue dictada en 1740, pero no hay constancia de que se cumpliera de forma expeditiva.
La llegada de los comunistas al poder en 1949 cambió el cuadro. Mao juzgaba la homosexualidad como un vicio pequeñoburgués propio de la degeneración de Occidente y contrario a las esencias revolucionarias. Los gays, condenados a la clandestinidad, padecieron condenas de cárcel, ejecuciones o castraciones.
La apertura económica ha devuelto cierta flexibilidad, pero los personajes abiertamente gays no son mostrados. La película Brokeback Mountain, del director taiwanés Ang Lee, fue prohibida, así como su discurso de la aceptación del Óscar en 2006.
El centro LGBT de Beijing opera como una ONG (charlas informativas en las universidades y a padres con hijos gays, ayuda psicológica, análisis gratuitos de HIV…) pero está registrado como una compañía de asesoramiento. El cuadro es más hostil en las zonas rurales, de donde muchos jóvenes gays huyen hacia las grandes ciudades.