Es destacable ese "tiene", porque nos recuerda a las construcciones que se emplean para hablar de una determinada enfermedad, "tiene gripe", y equipara de este modo muy acertadamente la homofobia -que ya aparecía en la anterior edición y cuya definición no ha sido modificada: "aversión obsesiva hacia las personas homosexuales"- con lo que es: una forma de trastorno de la personalidad.
El diagnóstico es claro: homofobia que ha derivado en paranoia.
De ahí que podamos afirmar que, si "el obispo de Alcalá tiene homofobia", este obispo debe ser atendido con urgencia ya que presenta una enfermedad muy peligrosa para quienes no son como él, que se ha agravado esta semana cuando, tras ser reprobado por un pleno municipal en la ciudad Complutense -en el que el Partido Popular se alió con España 2000 para votar en contra y "salió del armario" en sus posicionamientos sobre la diversidad sexual y de género como un partido de extrema derecha- afirmó que estaba siendo perseguido. El diagnóstico es claro: homofobia que ha derivado en paranoia.
Pero, volviendo al diccionario de la Academia, hay también otras definiciones que en esta nueva edición han sido enmendadas, con la intención de ofrecer una imagen menos prejuiciosa de la institución que el año pasado cumplió su tercer centenario. De esta suerte el adjetivo a veces empleado como sustantivo gay, que aparecía descrito como "perteneciente o relativo a la homosexualidad" y "hombre homosexual", ha pasado a definirse como "dicho de una persona, especialmente de un hombre: homosexual" y "perteneciente o relativo a los homosexuales".
Son interesantes además los ejemplos de su uso que ofrece esta nueva edición, como "sus mejores amigos son gais", frase a la que parece que le falta el "pero" tan frecuente en la homofobia liberal, o "celebraron el día del orgullo gay", puede que dejando claro que para la Academia transexuales, bisexuales y lesbianas no tienen día para su Orgullo.
Ponen como ejemplo: "sus mejores amigos son gais
Sobre estas tres identidades no han reflexionado mucho los académicos, porque sus definiciones, aunque en ocasiones enmendadas, siguen siendo bastante reprobables. Tenemos el caso de lesbiana, que en su día remitía al adjetivo lesbiano, -na, definido en primer lugar como "lesbio" y en segundo como "mujer homosexual" y al que únicamente se ha añadido una etimología, siendo ese lesbio igual ahora que antes, descrito como "natural de Lesbos", "perteneciente o relativo a esta isla" y por último "perteneciente o relativo al lesbianismo".
Lo mismo sucede con bisexual, que continúa siendo "hermafrodita" y en segundo lugar "que alterna las prácticas homosexuales con las heterosexuales", de lo que entendemos que para la Academia las personas bisexuales son heterosexuales lunes, miércoles y viernes y homosexuales martes, jueves y sábados, reservando los domingos para el descanso; y con transexual, que continúa como "que se siente del otro sexo, y adopta sus atuendos y comportamientos" y "que mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto", ambas definiciones bastante mejorables.
Para la RAE bisexual continúa siendo "hermafrodita"
De la misma manera, aunque han sido modificadas, las explicaciones de otros términos siguen sin ser convincentes. Así ocurre con maricón, que antes equivalía a los vulgares "marica" y "sodomita", y al "insulto grosero con su significado preciso o sin él", y ahora se define como un "varón afeminado u homosexual", como vulgarismo, y mantiene el "insulto grosero con su significado preciso o sin él", ignorando que los que somos maricones siempre entendemos detrás de ese insulto todo su significado; y lo mismo sucede con el adjetivo sodomita, que conserva sus primeras dos acepciones como "natural de Sodoma" y "perteneciente o relativo a esta antigua ciudad de Palestina", pero modifica la tercera definición, que antes fuera "que comete sodomía" y ahora "que practica la sodomía". Ya no es un delito, porque la no se "comete", la sodomía, que por cierto aparece descrita tristemente como "práctica del coito anal", pero es bueno saber que podemos tributar en una ciudad que desapareció sepultada por el Mar Muerto, porque allí quizá nuestros impuestos no acaben financiando a grupúsculos de personas que nos odian, como es el ya mencionado y nunca suficientemente puesto en evidencia obispo de Alcalá.
Términos que conservan su definión
Otras palabras mantienen sus definiciones, como son homosexual: "con tendencia a la homosexualidad", "dicho de una relación erótica: que tiene lugar entre individuos del mismo sexo" y "perteneciente o relativo a la homosexualidad", cuya expresión "tendencia" es más que refutable, a no ser que estén hablando de la moda sexual para esta temporada de otoño; y marica: "urraca", "en el juego del truque, sota de oros", los coloquiales -que así se ofrecen, no como vulgares- "hombre afeminado y de poco ánimo y esfuerzo" y "hombre homosexual", y el ya citado en "maricón" "insulto con los significados de hombre afeminado u homosexual o sin ellos", entrándole a uno ganas de demostrarle a los señores académicos que el ánimo -"alma", "valor", "voluntad" y "pensamiento", según ellos mismos- nos sobra para decirles lo que pensamos sobre sus definiciones, y habría que considerar si poco esfuerzo es el suyo al ser incapaces de conseguir mejores definiciones.
Marica: "urraca", "en el juego del truque, sota de oros"
Interesante es además la explicación que nos ofrecen de sexo, que sigue sin ser concluyente, porque en ella, además de definirse de un modo binarista y seguir hablándose del "sexo débil" y "sexo fuerte" sin una nota que especifique que son usos del concepto bastante machistas, se habla de "placer venéreo", que a su vez remite a "venus", que se explica como "deleite sexual o acto carnal", definida esta carnalidad refiriéndose a la "lascivia" o la "lujuria", que a su vez vuelven a remitir a los "placeres carnales"... de modo que nunca conseguiremos una explicación de qué hablamos cuando hablamos de sexo.
Todas estas carencias del diccionario de la Academia se entienden si consideramos que no se trata de una obra científica sino normativa, que no recoge la realidad tal y como es sino como debiera ser, y además da prioridad en el ordenamiento de las definiciones a la más antigua frente a las más usadas. Así que el diccionario, en realidad, se nos presenta como un dispositivo de pensamiento: es el instrumento con el que los señores -y las poquísimas señoras- de la Real Academia quien enseñarnos a pensar, entre otras cosas, de ese sexo que no se atreven a explicarnos. La pregunta no es de dónde nace ese modelo de pensamiento tan conservador, ni por qué deben promocionar como geniales novedades lo que hemos visto no son sino algunos parches bastante mal colocados, sino ¿por qué tanto miedo a hablar de sexo, a simplemente pronunciarlo?
Las palabras son poderosas
Todas las culturas, en su aspecto más terrenal y su ámbito más espiritual han dedicado especial atención a la lengua, a su capacidad para vincular la voluntad con la realidad. En la magia es sabido que el conocimiento de una determinada palabra otorga poder a quien la pronuncia, y que hay determinadas palabras que no deben pronunciarse porque su sola verbalización convoca la realidad a la que se refieren. Así las mitologías monoteístas suelen referirse a un nombre secreto de su dios, y en la tradición tanto Jehová como Alá tienen un nombre cuya revelación a la humanidad produce sucesos de importancia.
De esto nos habla un conocido cuento popular, el del enano saltarín que permite que una joven hile oro a partir de paja y cuando a cambio le exige su primogénito sólo le concede el perdón si es capaz de averiguar su nombre: Rumpelstiltskin.
Con la diversidad sexual y de género ha sucedido lo mismo: durante siglos nuestro "pecado", la sodomía, se consideró impronunciable, porque su sola mención provocaba la manifestación del "pecado". Así se le llamó tradicionalmente el "pecado nefando", de nefas, "que no debe pronunciarse".
Quizá por eso la Academia no sepa cómo hablar de nosotras, quizá nos tenga miedo
Quizá por eso la Academia no sepa cómo hablar de nosotras, quizá nos tenga miedo, o no nos entienda, o trate de que nuestra realidad, que puede resultarle mágica, no se manifieste. Quizá por eso retuerza las palabras que hablan de nosotras, estropee sus definiciones y bajo ningún concepto considere posible hablar del sexo más que para describirlo tímidamente como "placer carnal".
Pero nosotras nos pronunciamos, nos conocemos, nos hablamos. Y construimos nuestra realidad a partir de nuestras palabras. Es lo que Judith Butler llama performatividad, construida a partir de la teoría los actos de habla de Austin, y es lo que desde muy antiguo se llamó magia.
La conocida fórmula Abracadabra -cuyo origen puede ser arameo, "avrah kahdabra", traducible como "yo creo como hablo", o hebreo, "aberah kedabar", que significa "iré creando conforme hable"- habla precisamente de esto: de que la construcción de la realidad se produce a través del uso de la lengua, de que una vez se escribe por primera vez la palabra "homosexual", en 1869, aparece una nueva realidad, una nueva forma de ser: la que en el tiempo de Oscar Wilde se denominó "el amor que no se atreve a decir su nombre", porque pronunciar su nombre, abracadabrarlo, era reconocerlo como real. Y eso suponía un gran peligro.
Pero existe otro origen posible para abracadabra, el término griego abraxas, que no sólo denominaba una palabra mágica para los gnósticos, representante de un dios que aunaba en sí toda la bondad y maldad, sino que también designaba a las piedras sobre las que se inscribía el nombre, los talismanes que acompañaban a los creyentes. Es el tótem, el emblema de una sociedad, adorado como cohesionador del grupo.
Nosotras, que no encajamos, empleamos a menudo estas palabras
Nosotras las diversas, las que no somos heterosexuales, que no somos cisexuales, nosotras que no encajamos, empleamos a menudo estas palabras, nuestras etiquetas: lesbiana, gay, bisexual o transexual, o tantas otras, para reconocernos, para llamarnos y adacadabrarnos en realidad, y sentirnos partes de un todo más amplio.
Pero observo una tendencia a la idolatría, a olvidar el poder transformador de nuestras palabras mágicas y adorarlas como al becerro de oro, sólo por su valor en sí, a diversificar hasta el infinito los términos, que cada vez denominan realidades más pequeñas, más imprecisas, menos representativas de un gran grupo, de lo que pudiéramos llegar a considerar una mayoría. Nos estamos dividiendo entre un vastísimo santoral dedicado a los pequeños milagros que ya no es capaz de generar un gran poder de cambio.
Prácticamente hemos construido una lengua propia, pero en lugar de emplearla para generar realidad hay quien la adora como un fetiche, y busca nuevas y nuevas vueltas, se preocupa de la talla del ídolo, del color de su manto y los atributos que exhibe, en lugar de convocarlo como un principio de renovación.
¿Estamos olvidándonos de la Creación para entregarnos a la idolatría? Tengamos cuidado: mientras desciframos el misterio de nuestras propias palabras los otros ya empiezan a conocerlas, a describirlas, categorizarlas, como han hecho siempre, y así ganarán poder sobre nosotras. Ya saben que nos llamamos lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Ya saben que nos llamamos Rumpelstiltskin. O comenzamos rápido a ejercer la magia que sólo nosotras conocemos o sus diccionarios pueden convertirse en el sepulcro de nuestro poder.