lunes, 1 de diciembre de 2014

La lucha contra el sida, la lucha por el condón




Shangay Lily 
Con motivo del Día Mundial de la Lucha Contra el Sida, la asociación LGTB del País Vasco Gehitu (“sumarse” en euskera y un juego con la pronunciación que suena como “gay” y “tú”) me pidió un texto para el número monográfico sobre el sida de su revista Gehitu Magazine que saldrá en papel hoy y que podéis ver online en ISSUU.
El tema que principalmente se debate en ese número es el auge de la práctica delbareback o sexo sin condón. Por desgracia, fomentado principalmente por la poderosa Iglesia Católica y por las farmacéuticas, las nuevas generaciones, inexplicablemente (tienen acceso a una información y herramientas a las que los veteranos que nos enfrentamos a la aparición del sida no tuvimos) cada vez ignoran más el condón y se arriesgan más. En este día en el que sobre todo recordamos a nuestros hermanos y hermanas caídos por esta terrible enfermedad, os dejo con el texto/reflexión que envié a las y los amigos de Gehitu.
Bareback, autodestrucción sin condón
Pulsión autodestructiva, culpabilidad, baja autoestima, moda, necesidad  de pertenecer (a la élite), decadencia, aburrimiento, prepotencia, perversa dinámica de poder… muchas son las razones que podrían explicar la alarmantemente creciente moda de practicar el bareback (“sexo a pelo”, proveniente del término ecuestre para montar “sin silla” o “a pelo”), pero la explicación a la peligrosa práctica de follar sin condón, justificada inicialmente como respuesta a la monotonía por el aliciente que el riesgo supone, se debe analizar como un cúmulo de factores en una interacción compleja.
El primer paso sería incluir el concepto de gaypitalismo que desarrollo y analizo en mi venidero libro Adiós, Chueca (Memorias del gaypitalismo: construyendo la marca gay). No es muy difícil aplicar las leyes del  capitalismo a la comunidad gay; de hecho es lo que una élite de gaympresarios ha hecho para convertir en negocio nuestra lucha por una vida digna. Nuestra identidad se ha convertido en un negocio que impone un determinado físico que genera jugosos dividendos  (joven: gastando en la cosmética y la cirugía plástica, musculado: costosos gimnasios, depilado: una industria nacida en los 90, bronceado: otra industria nacida en los 90, entusiasta: el negocio de las farmacéuticas, vestido a la última y de marca, culto, viajado, con buen gusto: las inmobiliarias y decoradores babean con los gays, siempre con tecnología punta…) y al que la mayoría accede a costa de su salud física y mental cuando no pueden mantener ese ideal pluscuamperfecto e inalcanzable y caen en profundas depresiones, terribles adicciones (la presencia de drogas cada vez más sofisticadas y peligrosas en nuestra comunidad se incrementa) e incluso el suicidio al creerse fracasados.
Una vez aclarado el caldo de cultivo que el capitalismo ha colado en nuestra comunidad para imponer modas y demandas incluso autodestructivas (pero beneficiosas para el mercado), pasemos a analizar algunos factores psicológicos que intervienen en esta práctica que ha disparado los niveles de infección por VIH —especialmente entre los más jóvenes— hasta picos similares a los de lo que se conoce como el “holocausto gay” (la aparición del sida en los 80).
La baja autoestima sería un factor determinante, ya que juega un papel relevante no sólo en este fenómeno sino en toda la comunidad LGTB. No sólo sufrimos una constante agresión homófoba desde niños que mina nuestra autoestima antes de su propia maduración, sino que, como he explicado antes, esta batalla continúa hasta cuando superamos el heroico rito de salir del armario y aceptarnos nuestra esencia: esa comunidad gaypitalista que creíamos nuestra salvación seguirá jugando con nuestra autoestima. Es la forma de imponer a una persona prácticas que se venden como pertenencia al grupo, ya sea comprar determinada ropa o practicar el bareback porque es lo que hacen los cosmopolitas urbanitas de capital.
Aprovechando la baja autoestima del menos curtido, los “triunfadores” (bien dotados, guapos según el canon oficial, ricos…) imponen a los canondiscordantes su demanda de no usar condón, algo de “aburridos y antiguos”. El riesgo, lo prohibido y la prepotencia siempre han sido una eficaz arma en las dinámicas de poder de una sociedad jerarquizada, elitista y clasista (en ese ámbito también opera la homofobia). Y la comunidad gay, por culpa del gaypitalismo, se ha convertido en la sociedad más competitiva, jerarquizada y clasista del universo capitalista. La última adquisición de esa maquinaria propagandística y adoctrinadora sobre la que funciona el monstruo capitalista.
Dentro de este gaypitalismo que ha impuesto el clasismo, la misoginia y la endohomofobia (homofobia internalizada de gays) como rituales cotidianos, es fácil entender la masificación de modas que perjudican a la persona pero benefician a esa oligayrquia que promueve estas modas. Es en este perverso mundo gaypitalista donde la urgencia por seguir la moda (por muy peligrosa que sea) para pertenecer al grupo tiene sentido.
Una vez nos creemos dentro de esa élite gaypitalista, aparece la prepotencia de creerse imbatible o por encima de lo que afecta  a los “perdedores”. Una convicción que desemboca en la peligrosa pose del ennui o aburrimiento crónico. Y ese aburrimiento lleva a buscar nuevos alicientes como el riesgo de follar sin condón, desafiar lo prohibido. Un desafío que a su vez favorece el cultivo de lo decadente o retórica de la decadencia, la convicción de que lo decadente es sinónimo de cosmopolitismo, éxito, superación, y lo inocente o sencillo (como el instinto de preservación) de pueblerino o poco viajado, fracaso, inferior (otra más de esas absurdas dicotomías impuestas en nuestra comunidad por el heteropatriarcado que convierten al activo en superior al pasivo o a la pluma en inferior al “parezco hetero”).
A esto podríamos sumar la culpa impuesta por los cristofascistas (la mal llamada tradición judeo-cristiana) que arrastramos toda nuestra vida y que nos lleva a cometer pequeños boicots contra nosotros o permitir agresiones creyéndonos merecedores del maltrato.
Pero el peor factor en esta práctica es la pérdida del miedo al VIH/sida. Y la mayor responsable de esa pérdida de miedo es una gran industria capitalista: la industria farmacéutica. Con su interesado mensaje de que los enfermos de sida ya no mueren (mentira, mueren muchísimos menos, pero mueren y otros arrastran consecuencias de una medicación muy agresiva para el hígado y los riñones o los huesos y la regulación de la serotonina con la consecuente depresión) o de que la vida de una persona con VIH es casi idílica gracias a sus medicamentos, pasando por el peligroso lema de que el sida ahora sólo es una “enfermedad crónica”, han hecho creer que el VIH es una nimiedad por la que no hay que preocuparse.
Si a esto unimos que gran parte de los directivos y accionistas de esas farmacéuticas son cristofascistas, entenderemos episodios como la retirada de una foto de condones en una exposición patrocinada por las empresas farmacéuticas Bristol Myers-Squibb y Gilead en el hotel Room Mate Óscar de Madrid, ordenada por una directiva que visitó previamente la exposición que seguía 18 días a una persona con VIH. Boicot al condón que va desde los papas hasta sus lacayos cristofascistas que proclaman combatir el sida y no hacen sino fomentarlo.
El fenómeno Truvada
A este desolador panorama habría que añadir el último capítulo del culebrónbareback, un fenómeno que en EEUU está levantado tanta pasión como críticas: el uso de Truvada, fármaco antiretroviral que impide la transmisión, como sustituto del condón. Obviando los efectos secundarios para la salud que tiene esa medicación, el fenómeno Truvada está fomentando el bareback hasta límites insospechados en los EEU. En España, hace unos días un médico me comentaba el creciente mercado negro que el tráfico de este medicamento ya está creando en las farmacias de algunos hospitales de Madrid.
Y todo por no ponerse un condón, esa frase que tantas personas con VIH habrán repetido en su cabeza.
Esta entrada está dedicada a Poli Alomia y a Ana Rosa Linares y a todos los seres amados que permanecen en mi/nuestra memoria.

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