Nació en una cuadra, "porque a mi madre le cogió cuidando las yeguas", y en el seno de una familia gitana. En cuanto tuvo uso de razón, se puso tacones y se pintó la cara..
18/02/2010 ALFONSO HERNÁNDEZ
Directa como una flecha que indica y no hiere, que sigue la dirección que le marcó desde la cuna su sexualidad de mujer pese a nacer en el cuerpo de un hombre y en el seno de una familia gitana que la aceptó tal como era desde su primer llanto ("tienen sus leyes, pero también mucha permisividad y cabeza", aclara para los navegantes étnicos), Miriam Amaya ha recorrido sus 50 años de vida dentro del propio huracán que forman sus vientos de libertad. Arrolladora y arrasada, ave fénix con poderosas alas de indomable y sensible ser humano, se declara "sobre todo luchadora" y se considera "una transexual feliz. Me levanto por las mañanas, me miro al espejo y me río de mí misma... Siempre voy sonriendo, aunque mi procesión, lo bueno y lo malo de mi pasado y de mi presente, la llevo por dentro", comenta dominado la palabra con fluidez. Su alegría y sus cicatrices las expone como voluntaria y licenciada en resistencia en el Centro Alba, donde realiza actuaciones, ofrece charlas sobre sus experiencias y cotillea "a la hora del café".
Su madre la trajo al mundo en una cuadra de Logroño "porque estaba cuidando las yeguas en ese momento", y en cuanto tuvo uso de razón femenina se puso tacones y se pintó la cara cuando Franco aún limpiaba la calle a porrazos y poblaba las comisarías de todo aquello que le estropeara el cuadro de cacería. Con 13 años, mientras estudiaba, comenzó a hormonarse en Barcelona, "una ciudad cosmopolita, abierta al mar y con una mentalidad moderna ya por entonces donde te sentías cómoda pese a las dificultades. Podías conseguir las hormonas sin problemas, sin receta médica", explica. Reivindicando el derecho a su sexualidad, primero corrió perseguida por los grises y después se encaró con ellos. "Te metían un rato en la cárcel, te insultaban, te daban tres o cuatro palos y a la calle", cuenta Miriam, orgullosa al recordar que entre esos episodios de lucha y transición "fui Miss Travesti Barcelona durante varias ediciones seguidas".
Alta y morena, "un auténtico monumento que llamaba la atención por mis ojos achinados", actuó junto a Sara Montiel, participó en espectáculos en Roma y París, se relacionó con Almodóvar y otras fieras de la movida madrileña y vivó muy bien de su cuerpo. "Sí, practiqué la prostitución y ahora, pero más selectivo y con menos asiduidad, lo sigo haciendo aunque ya no por lujo, sino para pagar alguna letra e ir más desahogada", explica con la naturalidad que corresponde a alguien que no admite más la hipocresía sexual ni más fronteras morales que las de sus valores, fijados con firmeza a "la sensibilidad y el respeto por los demás".
Un mal diagnóstico la dejó sin vista en su ojo derecho y sin el cartel artístico de los buenos tiempos. Por su propio pie, "por moda" y por una depresión entró en el infierno de la droga. "Un día me miré al espejo y me vi con 50 kilos. No puede ser me dije, y pasé la abstinencia y el mono con mi familia hasta recuperarme". Todas sus compañeras transexuales de cocaína y heroína, "excepto Loli que no consume", han muerto. Fiel por convicción, tuvo un novio "guapo, alto, rubio y alemán, y otro que falleció de un infarto. Ahora no contemplo el amor. Si viene ...". Mujer de alma entera, cuenta que la vida le ha tratado "medio bien y medio mal", y matiza que la transexual "debe respetarse a sí misma para que el resto la respeten". Con ustedes, Miriam Amaya.
Su madre la trajo al mundo en una cuadra de Logroño "porque estaba cuidando las yeguas en ese momento", y en cuanto tuvo uso de razón femenina se puso tacones y se pintó la cara cuando Franco aún limpiaba la calle a porrazos y poblaba las comisarías de todo aquello que le estropeara el cuadro de cacería. Con 13 años, mientras estudiaba, comenzó a hormonarse en Barcelona, "una ciudad cosmopolita, abierta al mar y con una mentalidad moderna ya por entonces donde te sentías cómoda pese a las dificultades. Podías conseguir las hormonas sin problemas, sin receta médica", explica. Reivindicando el derecho a su sexualidad, primero corrió perseguida por los grises y después se encaró con ellos. "Te metían un rato en la cárcel, te insultaban, te daban tres o cuatro palos y a la calle", cuenta Miriam, orgullosa al recordar que entre esos episodios de lucha y transición "fui Miss Travesti Barcelona durante varias ediciones seguidas".
Alta y morena, "un auténtico monumento que llamaba la atención por mis ojos achinados", actuó junto a Sara Montiel, participó en espectáculos en Roma y París, se relacionó con Almodóvar y otras fieras de la movida madrileña y vivó muy bien de su cuerpo. "Sí, practiqué la prostitución y ahora, pero más selectivo y con menos asiduidad, lo sigo haciendo aunque ya no por lujo, sino para pagar alguna letra e ir más desahogada", explica con la naturalidad que corresponde a alguien que no admite más la hipocresía sexual ni más fronteras morales que las de sus valores, fijados con firmeza a "la sensibilidad y el respeto por los demás".
Un mal diagnóstico la dejó sin vista en su ojo derecho y sin el cartel artístico de los buenos tiempos. Por su propio pie, "por moda" y por una depresión entró en el infierno de la droga. "Un día me miré al espejo y me vi con 50 kilos. No puede ser me dije, y pasé la abstinencia y el mono con mi familia hasta recuperarme". Todas sus compañeras transexuales de cocaína y heroína, "excepto Loli que no consume", han muerto. Fiel por convicción, tuvo un novio "guapo, alto, rubio y alemán, y otro que falleció de un infarto. Ahora no contemplo el amor. Si viene ...". Mujer de alma entera, cuenta que la vida le ha tratado "medio bien y medio mal", y matiza que la transexual "debe respetarse a sí misma para que el resto la respeten". Con ustedes, Miriam Amaya.
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