Óscar y Javier, socios de la Asociación de Cristianos de Madrid Homosexuales, en su local del barrio de Chueca.
Una asociación reúne a 110 cristianos homosexuales en Chueca
INÉS SANTAEULALIA - Madrid
Chema quería ser cura. Pasó cinco años en el seminario. Salió antes de ordenarse alertado por la suerte de otros compañeros. Si alguno se declaraba homosexual, le enseñaban la puerta. "Había gente que no lo decía para ordenarse", dice. Él no estaba dispuesto. Quería ser cura, pero nunca renunciar a lo que ya era: homosexual y creyente. Entonces dio un portazo.
No es la única vocación, de esas que está tan falta la Iglesia, que se quedó por el camino. Esta tarde de jueves, después de la oración semanal, un grupo de chicos se reúne en un local de Chueca que llama la atención desde el exterior. Crismhom: Cristianos de Madrid Homosexuales. Dice un colorido rótulo sobre la puerta.
Pese a la extrañeza de la mayoría que se topa con el lugar, el número de socios y simpatizantes es cada vez mayor. Si en 2006, cuando el grupo echó a andar, apenas cuatro personas asistían a la oración, esta tarde de jueves son más de 40. Exseminaristas, ingenieros, profesores y hasta heterosexuales. Javier, el presidente de la asociación, comenta orgulloso que hay un par de vecinas mayores "incondicionales" que no se pierden ni una reunión. La puerta está abierta a todo el mundo.
"No creo que haya una sola realidad dentro de la Iglesia tan rica como esta", dice Javier, que aprovecha cualquier ocasión para puntualizar que ellos, "como todos los creyentes", forman parte de la Iglesia. E incluso, a su modo, se sienten pastores. "Hay gente que vuelve a la iglesia gracias a Crismhom. Si nosotros no evangelizamos dentro del colectivo nadie lo va a hacer".
Su labor ha llegado ya a 110 simpatizantes, cada uno con su historia. En el caso de Iván, que también pasó un año en el seminario, dos religiosos de los Marianistas fueron decisivos a la hora de aceptar su homosexualidad. Ante la confusión del chico, que entonces tenía 19 años, uno de ellos le dijo que mirara en su interior y que lo que encontrara sería bueno. Poco después un sacerdote despejó todas sus dudas: "Algún día la Iglesia acabará aceptándolo, y mientras tanto yo lo acepto ya", le dijo.
Pese al mensaje oficial del Vaticano, contrario a la homosexualidad, en Crismhom todos sostienen que hay una parte de la Iglesia que lucha por su espacio. Simplemente esperan que haya cambios. Su vida entre el colectivo homosexual, pese a la extrañeza inicial que despierta, es mucho más fácil. "Me siento más libre como cristiano entre gais que como gay entre cristianos", dice Iván a pesar de los apoyos que recibió en su día.
Como él, tampoco Javier tuvo problemas cuando contó que era gay a "todo el mundo de su parroquia", a la que estuvo muy ligado desde niño. Ahora pasa más tiempo en Crismhom y el cambio de la parroquia al local de Chueca no podía haberle salido mejor. Conoció a Chema y desde entonces son pareja. Aunque en Crismhom sostienen que nadie se acerca al grupo "solo para ligar", sí es normal que se empiecen relaciones. "Aquí conoces gente que busca algo más que pasar una noche con una persona diferente, ahí fuera a veces es difícil encontrar pareja", dice Chema.
Exseminaristas, parejas, heterosexuales... pero ni una mujer. Aunque alguna ha participado alguna vez en las actividades, al ver a tanto hombre lo acaba dejando. "Es la pescadilla que se muerde la cola, aunque nos encantaría que vinieran", comenta Javier.
Lo que sí hay que atribuir a una mujer es que la asociación tenga un local en el centro de Madrid. A eso y, como dice Óscar, otro de los socios, a una "bendición de Dios". La dueña del edificio del número 18 de la calle de Barbieri, según cuenta Óscar, quería "elevar la espiritualidad del barrio" y tras conocerles les ofreció casi gratis el local hace poco más de un año. "La dueña es heterosexual y podía haber alquilado el local a un bar por muchísimo dinero", resume Óscar como para demostrar que, con los tiempos que corren, la única explicación a tanta generosidad tiene que venir de arriba.
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