lunes, 27 de septiembre de 2010

Un homosexual logra que condenen a dos clientes de su bar por homofobia

A la izquierda, Martín Riquelme, que ha ganado el juicio, junto a su amigo Pablo Rubio, sentados en una cafetería del centro de Alicante.


Un homosexual logra que condenen a dos clientes de su bar por homofobia

«Maricón de mierda» fue uno de los insultos que recibió el joven, quien tuvo que llamar en varias ocasiones a la policía por temor a posibles agresiones


Martín Riquelme (26 años) está orgulloso. «Pienso que esta sentencia sienta un precedente y es un ejemplo para muchos que no se atreven a denunciar». Regenta desde hace cinco años una cafetería en el barrio alicantino del Pla-Carolinas. Una zona donde «no he tenido problemas» por su condición sexual. «Nunca me habían insultado por ser gay». Hasta septiembre del pasado año, cuando dos clientes irrumpieron en su local y con ganas de trifulca. Los insultos acabaron finalmente en la Justicia y ahora una jueza les ha condenado. «Creo que es la primera sentencia por homofobia en Alicante».

Los hechos se remontan al 24 de septiembre del pasado año. Según la denuncia, sobre las 16.30 horas de la tarde entraron a la cafetería dos clientes, de unos 40 años de edad, a quienes conocía de vista al regentar una tienda en su misma calle. Pidieron unas consumiciones y, sin abonarlas, se sentaron en la terraza, «molestando a otros clientes y tratando en todo momento de mofarse» de Martín al conocer que era homosexual.

Le exigieron en dos ocasiones que les cambiase la consumición y en un momento dado le gritaron: «Así no es como quiero el chupito, lo quiero en vaso muy frío; ¿si te pongo el culo me lo sirves? ¡Maricón de mierda!». Junto a Martín estaba su madre y una empleada sudafricana. El demandante y la trabajadora les animaron a que abandonasen el local, pero estos se negaron y la emprendieron con la chica llamándola «payoponi de mierda». «De qué gente estamos hablando cuando también confunden a una sudafricana con una sudamericana», recuerda Martín, a quien acompaña su amigo Pablo Rubio, que ha vivido de cerca todo el calvario por el que pasó.

Martín temió lo peor. Y es que se «estaban poniendo agresivos», moviendo varias sillas y mesas de la terraza con el único objetivo de provocarle. Llamó a la policía, y ambos aprovecharon para marcharse, pero gracias a la descripción física que les dio fueron localizados en unas calles próximas.

Cuando el joven pensaba que todo había acabado, regresaron a la cafetería. Les dijo que no les serviría ninguna bebida y uno de ellos, el más corpulento, retomó los insultos contra la empleada: «Tu, payoponi, negra, no me vas a echar de aquí». También aprovecharon para «increpar y tratar de agredir» a la madre que estaba de visita y que no pudo hacer nada para defender a su hijo. «Lo que más me dolió fue que le dijeran a mi madre que era una desgracia tener un hijo gay y que le daban el pésame».

Al negarse otra vez a abandonar el local, Martín reclamó la presencia policial y sólo cuando vieron llegar a los agentes se levantaron con la intención de marcharse. Fueron interceptaron y tras hablar con ellos se fueron, según la denuncia.

«Voy a buscar mis derechos», pensó Martín, quien en aquel momento no tenía mucha confianza en la Justicia. Su amigo Pablo recuerda: «Dijiste exactamente, esto no va a quedar aquí». Humillado y muy dolido, sobre todo, por todo lo que tuvo que escuchar su madre -insultos racistas y xenófobos- presentó una denuncia y el pasado 25 de febrero se celebró el juicio. «Estaba muy nervioso, pero iba con mi verdad por delante».

Como testigo acudió su trabajadora y también afectada. Uno de los clientes ni se presentó. «Lo único que quería es que se les castigase de alguna manera porque me amenazaron y me humillaron. Fueron a hacerme daño».

La Justicia finalmente le ha respaldado. Según consta en la sentencia, ambos han sido condenados «como responsables criminalmente en concepto de autores de una falta de amenazas (...) a la pena de multa de 10 días, a razón de 6 euros, por cada cuota diaria, lo que equivale a 60 euros, con un día de privación de libertad (...)».

Desde entonces ha vuelto a cruzarse varias veces con los condenados, pero «ya no me miran desafiantes». Afirma sentirse «más fuerte» porque su denuncia «no ha quedado en saco roto» y puede animar a otras personas. «No somos una minoría». Ahora bien, tanto Martín como Pablo dejan claro que son casos aislados. Afortunadamente, la sociedad ha evolucionado.
 

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