viernes, 6 de septiembre de 2013

Una ONG despide a un trabajador tras conocer que planea cambiar de sexo




Transexual o indisciplinado


Daniel está sin trabajo desde el día 15 de agosto. En una persona de 25 años, que se haya quedado en el paro no sería noticioso si no fuera por las circunstancias de su caso. Porque Daniel es un chico transexual, y el despido le fue comunicado el 15 de agosto, a la vuelta de vacaciones, nueve meses después de que comunicara a la dirección de Nuevo Futuro-Sirio, la ONG en la que trabajaba como enfermero-educador (sic) del turno de noche desde el 8 de febrero de 2011, su intención de cambiar de sexo, y después de rechazar varias veces la propuesta de dejar el puesto para hacer el proceso.
La organización ha afirmado a este periódico que no tiene “nada que decir” a esta situación. En la carta de despido argumenta que “la dirección ha podido constatar la indisciplina y desobediencia en el trabajo, el abuso de confianza en el desempeño del mismo y la disminución continuada y voluntaria en el rendimiento” de Daniel (aunque todavía se refiere a él con su nombre femenino, ya que el proceso de cambio legal de papeles no está completado).
Daniel lo niega. “He seguido trabajando como siempre, y los niños [nueve,  de 10 a 17 años, con trastornos mentales] me quieren. Incluso me han hecho llegar la pena que les daba que me fuera”, dice. Además, “en todo este tiempo no ha tenido ni una amonestación en su expediente”, recalca la diputada en el Parlamento madrileño Carla Antonelli, quien ha registrado una pregunta en la Asamblea porque la ONG “tiene un concierto público por el que recibe 1,2 millones de euros de la comunidad y está vulnerando el artículo 14 de la Constitución, que dice que los españoles son iguales ante la ley y que no puede haber discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
En la carta de despido no se menciona para nada el asunto de la transexualidad. Pero sí se recoge que el joven trabajaba en un “hogar terapéutico para nueve niños adolescentes con medida de protección del IMFM (Instituto Madrileño de la Familia y el Menor) y trastornos graves de salud mental, asociados generalmente a abuso, negligencia grave o maltrato”. “Estos hechos [se supone que la indisciplina] han generado una ruptura total de la confianza en usted depositada, desvirtuando y anulando la necesaria figura de profesional referente, estable y de protección y cuidado para nuestros chicos, y añadiendo consecuencias negativas para la muy frágil salud mental de los mismos, aquí en tratamiento”, continúa la carta de despido.
Daniel cree que, claramente, lo que está detrás de esta explicación es el deseo de que no hiciera el proceso de cambio de sexo delante de los niños. “Pero ellos ya me han visto cambiar en este tiempo, y nunca he tenido de ellos el menor desprecio ni un cambio de actitud. De alguna manera, en el trabajo hacemos de familia suya, pero parece que los chicos entienden mejor lo mío que otras personas”, afirma.
El relato que hace la denuncia que ha presentado UGT, que le asesora, para el Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación (SMAC), relata: "El 19 de noviembre de 2012 comuniqué a la directora del centro y también psiquiatra, Dra. D. Eugenia Herrero Sotillo, mi condición de transexual masculino y que había iniciado los trámites legales para cambiar mi nombre, así como el tratamiento médico (hormonal y quirúrgico) para la reasignación de sexo al masculino en el hospital Ramón y Cajal”.
Daniel cree que aquel anuncio no afectó para nada a su trabajo. Y que tampoco debía pillar por sorpresa a la dirección. “Desde que llegué, mi aspecto, mi corte de pelo y mi vestimenta era masculina”, cuenta. “Lo único que sucedió fue que en abril de 2011 empecé a hormonarme, y esos rasgos se acentuaron. La voz se me hizo más grave y empezó a salirme barba. Si les comuniqué que iba a cambiar el nombre fue porque supuse que habría que modificar el contrato”, relata. Desde julio de 2012 estos rasgos fueron más que evidentes, continúa el joven, “sin que mi aspecto haya interferido en mi relación personal y profesional con los niños y compañeros del centro de trabajo”.
Para el joven, en aquel momento cambiaron las relaciones con sus jefes. “Al menos dos veces la directora me sugirió que me cogiera una baja o una excedencia. La excusa era que así podría hacer el proceso más tranquilo. Pero yo me negué. Primero, porque necesitaba el trabajo; segundo, porque no soy un enfermo, así que no tenía por qué cogerme una baja y dejar de trabajar”.
Ambas partes están citadas en el Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación (SMAC) el 10 de septiembre.

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