miércoles, 29 de septiembre de 2010

La penitenciaría de los convictos homosexuales

Un privado de libertad de la comunidad homosexual elabora una atarraya. La empresa privada estaría brindando más apoyo a los reclusos, según informaron fuentes de la Dirección de Centros Penales

 

La penitenciaría de los convictos homosexuales

  

Por Tomás Andréu
Salieron del “closet” hace años y le dieron vida a la mujer que llevan dentro. Ahora en la cárcel, luchan por su derecho de ser ellas y no dejar morir la elección de su identidad.


SAN SALVADOR – Desde la niñez les atrajeron las personas de su mismo sexo. No escondieron su homosexualidad y eso les costó una factura que aún siguen pagando. Ahora purgando sus condenas en la cárcel, se las ingenian para darle vida a la mujer que llevan dentro.

Si la homosexualidad es un camino difícil en la vida secular de una sociedad, ¿cómo lo es dentro de una cárcel, en un territorio pensado para hombres y mujeres, donde la rudeza y la ley del más fuerte se imponen?

En los 19 centros penitenciarios de El Salvador existe una comunidad “gay” (declarada o que se escuda bajo el silencio), pero solo el Centro Penal de Sensuntepeque, en Cabañas, tiene asignado un lugar para homosexuales, travestis y transexuales. Un purgatorio menos hostil de los derechos de aquellos que poseen una orientación sexual distinta del resto.

Con un total de 330 personas, el penal de Sensuntepeque está dividido en tres sectores. Uno para hombres (179 / sector I), otro para homosexuales (48 / sector II) y un tercero para mujeres (103 / sector III). Solo las mujeres no tienen comunicación con el resto de los privados de libertad. En su sector, según información de las autoridades del penal, solo una mujer se declaró lesbiana.

Un cántico cristiano se agudiza mientras los pasos aproximan al sector II. Un guardia de seguridad es acompañado por dos personas que pertenecen a la comunidad “gay” ahí recluida. Son Frida y Jenny. La primera es una morena de cabellera larga que viste ropa deportiva tallada a su cuerpo, como si estuviese lista para sus ejercicios matutinos. Tiene 22 años.

Jenny, por su parte, es de baja estatura, trae maquillaje, uñas largas cubiertas de pintura roja. Se ve mayor que Frida, su compañera de celda, pero Jenny es más extrovertida y franca al hablar. Ambas tienen mucho en común, tanto fuera como dentro de la celda. Ellas velan por los derechos de su sector ante las autoridades penitenciarias.

Frida lleva dos años dentro del penal de Sensuntepeque. Le faltan ocho para salir en libertad. Su condena fue por tráfico de drogas. Jenny lleva cinco años de los doce que tiene que purgar. Está privada de libertad por robo y lesiones agravadas. Ambas descubrieron su homosexualidad en la niñez. Con el paso del tiempo no la ocultaron. Hoy se sienten libres de mostrar su orientación sexual, a pesar que estén detrás de rejas.

El descubrirse sexualmente distinto, le valió a Jenny que la expulsaran del hogar. Las calles con sus penas y alegrías fueron su familia adoptiva. Frida lo ocultó hasta la adolescencia. Desde entonces conoce la discriminación, aún dentro de la cárcel:

“La discriminación afuera como aquí es casi igual, similar. Siempre tenemos un medio roce con ellos (sector I, el de los hombres). Siempre existe discriminación”, confiesa Frida.

Al sentenciarla a doce años de cárcel, el juez le preguntó a Jenny en dónde quería pasar sus días. Esta le dijo que en “Mariona”, como se le llama al centro penal “ La Esperanza”. El juez no dudó en aconsejarle que “en Mariona te van a quitar el pelo. En Sensuntepeque está el penal de ustedes los homosexuales”.

“Desde los 10 años me visto de mujer y jamás nadie me ha tocado el cabello. Es lo que más cuido y representa la mujer que llevo dentro. Por eso vine a este penal porque hay muchos privilegios para nosotras”, afirma Jenny.

Jenny no quiere conocer otro centro penitenciario. Presiente que si llega a otro lugar, será abusada sexual y físicamente. “De aquí quiero salir en libertad”, dice, mostrando sus uñas rojas.

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