La aceptación mayoritaria hacia gais y lesbianas no alcanza a los mayores
Muchos ancianos esconden su realidad homosexual para no tener que dar explicaciones cuando llegan a una situación de dependencia
ANA MACPHERSON Barcelona 05/10/2009
La amable auxiliar le preguntó con cariño "¿Y su esposa?". No tiene. "¿Y tiene hijos?". Tampoco tiene. Cuando era joven cortó con la familia por lo que entonces se llamaba ser marica, algo que estaba perseguido por su peligrosidad social. Luego, la sociedad se fue abriendo. Ahora los gais y las lesbianas se pueden casar, formar familias, criar hijos, cobrar pensiones de viudedad. Hay un respeto legal y social. Pero al llegar a la residencia, algunos ancianos y ancianas no se sienten con fuerzas para explicar todo eso a la amable persona que les atiende, y a la que no se le pasó por la cabeza que el abuelito podía ser gay o la abuelita lesbiana. Y ellos callan. Y vuelven al armario.
La amable auxiliar le preguntó con cariño "¿Y su esposa?". No tiene. "¿Y tiene hijos?". Tampoco tiene. Cuando era joven cortó con la familia por lo que entonces se llamaba ser marica, algo que estaba perseguido por su peligrosidad social. Luego, la sociedad se fue abriendo. Ahora los gais y las lesbianas se pueden casar, formar familias, criar hijos, cobrar pensiones de viudedad. Hay un respeto legal y social. Pero al llegar a la residencia, algunos ancianos y ancianas no se sienten con fuerzas para explicar todo eso a la amable persona que les atiende, y a la que no se le pasó por la cabeza que el abuelito podía ser gay o la abuelita lesbiana. Y ellos callan. Y vuelven al armario.
En el caso de una pareja de señoras octogenarias, la vida discurrió sin muchos sobresaltos. Vivieron juntas durante decenas de años con discreción. Una cuidó de la otra, con alzheimer, pero tuvo la mala pata de romperse el fémur, algo muy común a esa edad. Y la llevaron al hospital, y a su compañera, a una residencia bajo la tutela de servicios sociales, porque había que hacerse cargo de ella. "Al volver a casa, la mujer cuidadora intentó recuperar a su compañera enferma, volver a ocuparse de ella, pero ¿quién es ella para tutelar los intereses de esa mujer con alzheimer? No es nada suyo. Y se quedó sola, sin ella. No quiere ir dando explicaciones de su vínculo, de su vida en común", cuenta Daniel Gabarró, de la Fundació Enllaç, entidad desde la que se pretende dar amparo a estas situaciones y prevenirlas.
La aceptación social de la diferencia –la de ser gay o lesbiana, menos la de ser transexual– es mayoritaria y creciente. En ciudades como Barcelona, una de las cinco ciudades del mundo gay friendly, amable desde el punto de vista gay, se puede ir de la mano sin problemas, y barrios tradicionales como el Eixample o Gràcia son preferentes para buscar piso, comprar o divertirse entre el colectivo gay. Más del 80% de los barceloneses ha tenido contacto con alguna persona gay o lesbiana, y al 63% no le molestaría que sus hijos o nietos tuvieran esa opción sexual. Esa es la postal. Pero según han detectado en el estudio Transitant per les fronteres del gènere, del Institut de Govern i Polítiques Públiques de la Universitat Autònoma de Barcelona, "hay cierta geografía de la homofobia: una gran parte de los encuestados reconoce que ante una familia con niños en según qué zonas se suelta de la mano", explica el sociólogo Gerard Coll, uno de los autores. "El espacio público en general no es neutro, es hetero, y entre los encuestados homo, un tercio asegura que no tiene ningún problema en la calle, otro tercio dice que ha sufrido alguna vez miradas despectivas, amenazas o incluso agresiones, y otro tercio dice que no pasa nada porque se esfuerza en que no se note. Homofobia interiorizada".
En torno a los mayores, "se enciende una luz roja", reconoce Jordi Valls, director del plan municipal para el colectivo LGBT (siglas de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales). Por eso, el Ayuntamiento y las organizaciones relacionadas con ese colectivo inauguran ahora un debate para ver qué hay que hacer. Las luces rojas también avisan de otros grupos vulnerables: adolescentes y transexuales.
Simplificando mucho, en el caso de los mayores, una de la opciones es preparar a todo el personal que trata con personas dependientes y ancianos para que tenga en cuenta ese vector social que se les había escapado. En la Fundación Guttmann, de larga experiencia en grandes dependientes, reconocen que nunca lo han planteado como problema. Pero creen haberlo hecho bien porque el trato suele ser personalizado, lo que les permitió preguntar a un paciente transexual si prefería compartir habitación con un hombre o con una mujer.
La otra opción es crear espacios (residencias, pisos asistidos y otros servicios) abiertamente friendly. Esa ha sido la elegida por una inmobiliaria que ha construido un edificio de apartamentos sólo para gais mayores de 55 años en Torremolinos; o la de una mutua de asistencia sanitaria catalana que, bajo mano, se da a conocer ofreciendo un cuerpo médico al que un gay o un transexual puede acudir sin turbarse.
La duda que subyace es si es mejor tener servicios y espacios segregados, para asegurar que se podrá vivir con naturalidad tal como uno es, o fomentar la igualdad para que todas las variables sociales se tengan en cuenta y los atendidos no tengan que pasar vergüenza ni dar explicaciones. Para los movimientos más combativos, la segregación supone a menudo el fomento de estereotipos (gay rico, gran consumidor, joven, cuidado) y un no avanzar socialmente en igualdades. Para otros, los espacios preservados son un alivio mientras llega la utopía.
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