FOTOS - SOFÍA MORO - 05-02-2009
Omar Hossain Sanz tiene 23 años y estudia Ciencias del Trabajo en la Universidad Complutense. "Se lo dije al mundo muy tarde, a los 19 años, y me pesa", se lamenta, "pero no voy a perder ni un minuto más. Tengo derecho a disfrutar de mi sexualidad".- SOFÍA MORO
Omar Hossain Sanz tiene 23 años y estudia Ciencias del Trabajo en la Universidad Complutense. "Se lo dije al mundo muy tarde, a los 19 años, y me pesa", se lamenta, "pero no voy a perder ni un minuto más. Tengo derecho a disfrutar de mi sexualidad".- SOFÍA MORO
Repotaje; La generación sin armario
Son los primeros que no se esconden. Han crecido con referentes y derechos. Salen del armario cada vez más, cada vez antes. Los nuevos gays y lesbianas viven como sienten. No es fácil. Sufren. Pero prefieren plantarle cara al mundo que perderse su juventud.
Es posible que los peces gordos de Telecinco no se hayan enterado. Pero Macarena, Maca, Fernández, pediatra de Hospital Central, la teleserie decana de la casa, es un icono para ciertas chicas españolas. Maca es guapa. Competente. Carismática. Y lesbiana. Rocío Fernández no se pierde un capítulo. No los mira en la tele de su casa, donde vive con sus padres. Prefiere verlos sola. Por eso se los baja de Internet. Fue en cualquier parte, con el portátil acunado en el regazo, donde la adolescente Rocío visualizó cómo quería ser de mayor.
"Gracias a la historia de amor entre Maca y Esther vi que es posible amar a otras mujeres, casarse, ser madre con otra, tener éxito y respeto social. Que esto es natural y bonito, que no eres un bicho raro ni tienes que sufrir por ello. Maca me ayudó a salir de mi propio armario, el de mi familia y el del mundo".
Rocío tiene 21 años, estudia Ingeniería de Obras Públicas y es lesbiana. No lo va pregonando. Tampoco lo oculta. Vive como siente, punto. Ellas han tenido a Maca. O a Diana, la devoramujeres de Siete vidas. O a Lindsay Lohan, ex novia adolescente de América, hoy pareja de la dj Samantha Ronson. Los chicos, a Fidel, el chaval hipersensible de Aída. Al comunicador estrella Jesús Vázquez. O al mismísimo Fernando Grande-Marlaska, juez de la Audiencia Nacional, aconsejando en las vallas el uso del preservativo a los hombres que, como él, tienen relaciones sexuales con otros hombres.
Todos, ellos y ellas, han visto el cielo abrirse ante sus ojos con sólo teclear la palabra gay o lesbiana seguida del nombre de su ciudad en Internet. La nueva generación de homosexuales españoles ha crecido con referentes. Espejos donde mirarse. Ejemplos en los que reconocerse. Y derechos adquiridos. Rocío estrenó su mayoría de edad en 2005, el año en que se aprobó la ley de matrimonio de personas del mismo sexo. El cuarentón Marlaska no tuvo esa suerte.
Su señoría lo confesaba ante los chavales de un instituto madrileño. "Tuve clara mi orientación sexual desde muy joven, pero perdí 25 años de mi vida afectiva por la ley del silencio. Hasta los 35 años no lo reconocí ante el mundo". Marlaska y muchos de sus coetáneos han pasado su juventud apolillándose en el ropero. Entre otras cosas porque hasta los ochenta no se derogó la Ley de Peligrosidad Social, que consideraba delincuentes a los homosexuales. Algunos, habituados a una confortable reclusión privada o reprimidos por la intolerancia social, han elegido quedarse a vivir dentro. La generación de Rocío no está dispuesta a perderse nada.
Criados en la cultura de la inmediatez, acostumbrados desde bebés a pedir y que se les conceda, los nuevos gays y lesbianas no conciben esperar para empezar a vivir como son. Sin alardes, sin complejos. Por eso cada vez son más los que deciden contarlo en casa en cuanto ellos mismos lo tienen claro. Cuando se produce su despertar sexual. Cuando se enamoran. Cuando se lo pide el cuerpo. Aunque sufran. Aunque duela. A ellos y a los suyos. Una vez que descerrajan el armario de casa, el resto es más sencillo de franquear. El problema pasa a ser de los demás. De quien no les acepta. Pagado el peaje de la confesión de su diferencia, suelen ponerse el mundo por montera.
Nadie dijo que fuera fácil. Ni gratis. No es casual que casi todos los que aquí dan la cara sean universitarios urbanos. El grado de visibilidad de los jóvenes gays es directamente proporcional a su extracción social, su nivel de estudios y el número de habitantes de su localidad. El 9,1% de los escolares de secundaria se declara homosexual. Pero la homosexualidad es la primera causa de acoso en los institutos, según los colectivos gays. Uno de cada tres chicos cambiaría de pupitre si supiera que su compañero es gay. Un 90% del alumnado cree que lesbianas y gays son peor tratados que los demás. Y lo más terrible: un tercio de los suicidios juveniles tiene su causa en la dificultad para asumir o ejercer en libertad la propia orientación sexual, si se extrapolan los datos de un estudio del Instituto de la Salud de Francia.
"Maricón' es la palabra más usada en el instituto, vale para todo", confirma Álex Quesada, de 21 años, estudiante de Comunicación. "Yo sufrí acoso. No concretamente por gay, sino por ser el pringao, el débil, y encima delicado. Me machacaban. A los 13 años me atraían los chicos, pero también algunas chicas. Estaba en pleno desarrollo de mi sexualidad. Lo que más teme un adolescente es el rechazo, quedarse aislado, y yo estaba cagado". Quesada pasó años "emparanoiado". Ya no tiene miedo.
"En casa me pillaron mirando páginas de tíos en Internet. La reacción de mis padres fue negarlo, aplazar el conflicto: 'Es una etapa, ya se te pasará', dijeron. Pero no se me pasó". Así que a los 16 años se plantó delante de sus progenitores -profesionales liberales- y les soltó: "Esto no es una etapa ni quiero que lo sea. Yo soy así, esto es lo que hay". Tras esa fachada de seguridad, Álex temblaba. "El miedo al rechazo depende de lo que te importe la persona. Y no lo hubo. Sospecho que mi madre lo sabía. Ellas lo saben. Y que a mi padre no le hizo ni puta gracia. Les costó asumirlo, supongo que es normal, son generaciones distintas. Nadie les preparó para tener un hijo homosexual".
Estamos en una cafetería de barrio. Las señoras de al lado están fascinadas. El local está casi vacío, pero Quesada ha escogido este velador codo con codo con ellas. No tiene nada que ocultar. "Tampoco creo que haya que ir diciendo: 'Hola, me llamo Álex y soy gay'. Para empezar, se me nota".
-¿En qué?
-¿No ves cómo cojo el cigarro? Además, tengo espejos en casa. De chaval no tenía tanta pluma. Pero cuando sales del armario te quitas la losa y actúas con naturalidad.
Quesada estudió en el instituto Duque de Rivas, de Rivas-Vaciamadrid. Fue allí donde el juez Marlaska confesó su pasado en el armario. Álex abrió el suyo con la llave de Internet. "Es el gran aliado", dice. "Ahí conocí a los primeros chicos. No puedo imaginar la vida de los que tenían que ir a un cine o bar de ambiente para ver gente como ellos. Esa sordidez me la he ahorrado".
El horizonte terminó de despejársele al acabar la ESO. "En el insti hay mucho cafre. Manda la masa, y la masa es heterosexual. Fuera también, pero incluso en los ambientes más retrógrados la homofobia es políticamente incorrecta. En otros, ser gay es hasta chic". La cultura, el arte y la moda son algunos de esos ámbitos. Las facultades de Audiovisuales, como la de Álex, también. "Claro que hay gente de mi generación dentro del armario. Me parece legítimo. A mí se me quedó pequeño: apestaba a naftalina".
Marta Gómez no ha estado un minuto dentro. Ni siquiera el mes que duró lo que esta estudiante de Comunicación de 22 años llama su "lucha interna". "En el instituto empecé a fijarme en chicas", relata. "Vi que las personas que me atraían eran de mi sexo. Para mí no fue una opción consciente. Soy así. Pero la sociedad te empuja a ser heterosexual. Tú eres la primera que lo consideras raro. Primero te planteas que cómo vas a ser lesbiana; como mucho, bisexual. Hasta que lo vas asumiendo, aceptando, y entonces viene otro problema: decírselo a los tuyos".
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