Roma teme el contagio del modelo Zapatero
JUAN G. BEDOYA 06/01/2008
ANÁLISIS: La Iglesia católica se enfrenta con el Gobierno
ANÁLISIS: La Iglesia católica se enfrenta con el Gobierno
En enero de 2005, Juan Pablo II, enfermo ya de muerte, sorprendió a un grupo de obispos españoles, de visita en Roma, con una pregunta que delataba la preocupación del Vaticano. "Y Zapatero, ¿qué hace?". Todo el mundo político italiano curioseaba entonces lo mismo. ¿Qué estaba haciendo el Gobierno Zapatero con la religión y por el laicismo? La cosa llegó tan lejos que, meses más tarde, la Mostra de Cine de Venecia presentó en su sesión de clausura, con gran regocijo mediático, el documental ¡Viva Zapatero! Apenas hablaba de él -era, sobre todo, una diatriba satírica contra Berlusconi-, pero aquel manifiesto de Sabina Guzzanti hizo las delicias de tirios y troyanos, sobre todo por lo que insinuaba el título. El cronista de EL PAÍS escribió ese día que "los aplausos amainaron cuando al público empezó a dolerle las manos".
Los italianos -no sólo en el Vaticano- están convencidos desde entonces de que Zapatero es un revolucionario izquierdoso, un fundamentalista de la laicidad, un comecuras. El Gobierno ha hecho esfuerzos para espantar esas impresiones -renunciando incluso a algunos de sus compromisos electorales más celebrados, o cediendo al episcopado lo que negaron Gobiernos anteriores-. Pero una imagen no se borra con mil palabras. La información de los periódicos italianos sobre la concentración del domingo pasado en Madrid, incluso en los cercanos a la izquierda, tuvo el lunes posos de aquel ¡Viva Zapatero!: un cierto regocijo a manifiesto, como diciendo: de aquellos polvos vienen estos lodos, y en Italia puede suceder lo mismo.
Si eso es así en la Roma laica, imaginen las inquietudes del Vaticano. Se equivoca el Gobierno si cree que los cardenales españoles predican a disgusto del Papa. El Vaticano hace años que tiene a España en el punto de mira, como lugar de misión o territorio religioso en peligro. Roma, además, teme que el modelo Zapatero se contagie a Italia, donde el católico Prodi, primer ministro de una coalición de izquierdas, va a dejar pronto el poder, casi con seguridad, a un ex comunista ateo, el alcalde de Roma, Walter Veltroni.
Dicho que Juan Pablo II preguntó por lo que hacía Zapatero, hay que añadir lo que ocurrió días más tarde. Ante el cardenal Rouco, aquel Papa leyó un solemne discurso proclamando que el Gobierno español "ignora y cercena" la libertad religiosa. Se recordará el incidente porque, no por esa afirmación sino porque también se criticó allí la paralización del Plan Hidrológico Nacional del último Ejecutivo del PP -por "olvidar", decía un Juan Pablo II casi moribundo, "el deber de compartir el uso del agua" y por azuzar "la confrontación social"-, el Ejecutivo llamó a capítulo al nuncio de la Santa Sede en Madrid, el arzobispo Monteiro. En el Ministerio de Exteriores, el prelado del Papa despachó aquel día no con el ministro Moratinos, sino con uno de sus subsecretarios. Quizá recordó aquel trance extraordinario Benedicto XVI cuando, un año más tarde, en Valencia, visitado por el presidente Zapatero y la vicepresidenta Fernández de la Vega, dirigiéndose a ésta dijo: "Ahora sé que estamos en buenas manos". Sucedió el 9 de julio de 2006.
Por entonces, la revista Ecclesia, de la Conferencia Episcopal, ya había hecho esta afirmación: "Desde hace más de un año, España es en el Vaticano el problema número uno entre los países occidentales". "Media docena de cardenales de la curia lo han hecho notar vigorosamente, tanto en Roma como en visitas a España, por lo que no se puede afirmar que la situación es de normalidad democrática", añadía Ecclesia.
No han cambiado de opinión los obispos. Tampoco Roma. Conviene recordar cómo se tomaron la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo con el nombre de "matrimonio" para entender lo ocurrido desde entonces. Las execraciones fueron tan extravagantes que parecía como si no hubieran existido las catacumbas de Nerón, la persecución de Diocleciano, ni la Revolución Francesa, ni la pérdida de los Estados Pontificios, ni el martirio de decenas de miles de cristianos... Según los obispos, la legalización del matrimonio gay en España fue "el momento más excepcional de la Iglesia católica en sus 2.000 años de historia". Todavía más: "Estamos en una situación única en la historia de la humanidad. La Iglesia nunca se encontró con nada parecido".
Esto no lo dijo un clérigo cualquiera, sino el portavoz de la Conferencia Episcopal, el jesuita Martínez Camino. Reputado teólogo y ex director de la Comisión para la Doctrina de la Fe en Madrid, su superior en Roma durante décadas fue el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI. Lo acaba de hacer obispo auxiliar de Rouco en Madrid. Si el Gobierno no ignora estos datos, sabrá que Rouco y Martínez Camino conocen lo que se piensa en Roma, y predican en consecuencia. Fue el cardenal de Madrid quien dijo que España es hoy un país de misión, casi en "situación martirial".
El Papa dibujó en el último Sínodo de Obispos un panorama apocalíptico de Occidente, "una viña devastada por jabalíes". En España, la devastación, según los obispos, afecta a su libertad de enseñanza, a la asignatura de religión y a las consabidas subversiones del sexo y la moral que, según los prelados, trajo bajo el brazo el Gobierno Zapatero. Pero la ofensiva episcopal también tiene mucho de batalla política contra el PSOE. No engañan. Por eso alzaron la voz contra las reformas estatutarias. Dicen que ponen en peligro "la unidad de la nación". Y, vaya por Dios, la unidad de España es también "un bien moral". Lo dijo Cañizares, vicepresidente de la Conferencia Episcopal y primado de Toledo, cuando aún era arzobispo. El Papa lo hizo inmediatamente cardenal, en su primer consistorio. Para que no haya duda de quiénes son sus hombres en España.
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