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sábado, 12 de mayo de 2007

EL TALANTE DE LOS VITORIANOS

PLURALES. Saddik Charchaoui, Luis Izaga, Igor Guridi, Olga Borja, Javier Otaola y Mónica López, posan para este reportaje en plena calle San Prudencio. / NURIA GONZÁLEZ

Corteses, pero indiferentes

El Síndico, un traductor marroquí, una educadora gitana, otro de personas sin hogar, un padre de niños adoptados y una psicóloga lesbiana nos examinan.
Vitoria alardea de ser tolerante, integradora, solidaria y pionera en la atención social. La capital vasca con más habitantes nacidos fuera (el 49%) no tiene dudas de su buen talante y alimenta un sentimiento generalizado de que aquí se acoge a todo el mundo bien. EL CORREO ha sometido a examen las maneras y el fondo de los vitorianos. Para ello ha conversado con seis personas que en algún momento de su vida han puesto a prueba el verdadero talante local. Son historias con luces y sombras.El abogado Javier Otaola, Síndico de la capital alavesa desde hace cinco años, no tiene empacho en afirmar con rotundidad que «somos buena gente». Está acostumbrado a lidiar con personas molestas con sus vecinos de puerta, con el bar de abajo o con pisos de prostitutas. Lejos de creer que el vitoriano cada día es más quejica, defiende su «bonhomía» y su «gran conciencia cívica». A su juicio, destila también «una gran confianza en sus instituciones».Para Otaola no se puede disociar el carácter de los vitorianos de la ciudad en la que viven, esa especie de «Dinamarca del norte de España». «Estamos acostumbrados a un alto desarrollo, sin grandes tensiones sociales, sin diferencias significativas entre los barrios, a una ciudad con una dimensión muy humana», explica. El vitoriano, agrega, es moderado. «Le gusta que se guarden las formas. Aquí se aprecia mucho la buena educación, los modales, lo que hace que los conflictos no se manifiesten de una manera agresiva».Este carácter, dice el Defensor del Vecino, ha sido forjado a golpe de buena suerte. «Vitoria ha caído siempre de pie en los grandes acontecimientos históricos», sostiene. «Vivimos razonablemente satisfechos», dice, tras lo que rompe el tópico del 'alavés, falso y cortés'. «Es cauto y cortés», afirma. «Y no es cerrado». En su opinión, los vitorianos han aceptado «bien» las diferentes migraciones y aún van a la vanguardia de servicios creados para la integración «del otro». «Eso sí», matiza, «al de fuera se le acepta siempre que no vaya en contra sus tradiciones, porque en eso tienen un toque muy anglosajón». Saddik Charchaoui, marroquí y licenciado en Filología Inglesa por la UPV, tiene una visión menos idílica de la capacidad de integradora de «algunos» de sus convecinos. «Aquí muchos confunden integración con asimiliación total», critica. Su reflexión es compartida por Olga Borja, gitana y educadora social de Gao Lacho Drom. «A mí esa palabra no me gusta, porque aquí tiene la connotación de la absorción. Yo no me tengo que integrar, lo que tengo que hacer es convivir. El derecho a la diferencia nos lo merecemos todos», proclama. El color de la pielSaddik y Olga tienen más cosas en común. Sus rasgos no son los que uno esperaría en un marroquí o en una gitana. Podrían pasar perfectamente por un occidental o por una paya, pero eso es algo que les importa «un bledo». «Si te pareces a un no gitano, te tratan de diferente manera y te dicen eso de 'pero si no pareces gitana', como si fuera un piropo. Y no lo es. Hay mucho racismo camuflado.». El joven filólogo, que llegó a Vitoria hace doce años y trabajó duro en la hostelería para pagarse la carrera, prefiere callar lo que ha tenido que oír cuando ha podido «hacer de espía». «En la universidad es donde he encontrado más respeto y tolerancia. Fuera es otro mundo». Saddik es de los que mira al futuro. Está muy implicado en el bienestar de su comunidad y lucha por el respeto a su cultura. Para que los niños nacidos aquí aprendan árabe en la escuela de idiomas «y no en mezquitas-garaje» o para que sus muertos descansen en un cementerio musulmán. Y es muy crítico con la política educativa. «En Vitoria, cuatro centros escolares concentran al 80% de los alumnos extranjeros y eso tiene un nombre: gueto. Si la integración no se trabaja desde la escuela, aquí va a pasar lo de Francia. Y eso se silencia». A su juicio, «sospechosamente», al inmigrante no se le ha explicado bien qué significan los modelos lingüísticos. No saben, dice, que « el A es discriminatorio» y que sus hijos «no van a poder ser funcionarios, policías, profesores, ni médicos, porque no sabrán euskera».Olga, cuya batalla es la de lograr que los 500 chavales gitanos que hoy estudian en colegios alaveses acaben sus estudios -«porque es la mejor inversión para futuro de la comunidad»-, admite que ya hace tiempo que su asociación orienta a los padres a que matriculen a sus pequeños en B. En los últimos 25 años, explica, el colectivo al que pertenece ha pasado de vivir en chabolas a querer llevar a sus hijos a la universidad. «Pero el vitoriano no valora el esfuerzo realizado, siempre nos pide más. El gitano tiene que estar demostrando a cada momento que es honrado. Aunque», matiza, «afortunadamente no todo el mundo es así». De hecho, sus mejores amigas son hoy payas. Por su parte, Saddik, a quien una agente inmobiliaria recomendó en su día no enseñar el carné cuando buscaba piso de alquiler, cree que los vitorianos no reaccionan por igual con todos los extranjeros. A los magrebíes, sobre todo tras el 11-M, «nos rechazan más». Critica, por ejemplo, que se promueva una Casa de las Américas «y no una Casa de las Culturas». Alaba, eso sí, los sorteos de VPO. «Son buenísimos. Favorecen que los inmigrantes no vivan sólo en el Casco Viejo, que se integren en los barrios nuevos, que vayan a sus colegios...». Pero lamenta los «vergonzosos» silbidos y abucheos, al igual que las manifestaciones contra el centro de menores inmigrantes. Él, que fue educador del de Orduña, no entiende la incomprensión. «La gente, antes de opinar, debería saber su historia», musita.Igor Guridi -también educador social, pero de la Comisión Antisida- es, como Javier Otaola, otra de esas muchas personas que aún cree en la bondad del ser humano; «aunque un poco menos que antes», confiesa. Después de tres años de trabajo con los excluidos de los excluidos, con los 'sintecho', no le soprenden ni los abucheos a inmigrantes en los sorteos ni el rechazo a los niños no acompañados. «Es más de lo mismo», dice. A sus 'chicos' les echaron primero de la Virgen Blanca «y ahora estorban en la plaza de Abastos, en la estación de autobuses...». «Llama la atención que a la gente le moleste ver a alguien bebiendo en la calle y no diga nada cuando su vecino tira la bolsa de basura por la ventana».Los que «estorban»A su juicio, el vitoriano es amable, sí, pero al mismo tiempo «distante y frío» con la pobreza. El Aterpe, un centro pionero en la ayuda a indigentes, «se creó como almacén, porque estorbaban, no porque importasen sus necesidades», critica. «Actuamos como si esto en Vitoria no pasara y resulta que hay mucha gente que está en riesgo de acabar así, que no llega ni al día 10 de cada mes. Hay muchas familias que viven en el borde», advierte. Aplaude la red de servicios sociales. Sin embargo, cree que ante la miseria son muchos los que miran para otro lado. «Contratamos a una persona para que cuide a nuestros hijos, le pagamos 700 euros sin Seguridad Social y pensamos: 'mira qué bien que le doy trabajo' ¿Y quién vive con eso?» De igual forma arremete contra ese 'boca a boca' que escupe que las ayudas sociales se las llevan los inmigrantes y cuatro vagos. «Si recibes ayudas es por que no tienes con qué sobrevivir», justifica Igor Guridi.Después de tanto tirón de orejas, las palabras de Luis Izaga sobre los vitorianos son como un bálsamo. Hace 9 años, él y su esposa Maite Ibarrola adoptaron a una pequeña china, Ling. Eran de los primeros que decidían optar por la adopción internacional. «La niña llamaba mucho la atención y te paraban por la calle. Te decían: 'vaya mérito tenéis', como si viniéramos de salvar vidas, cuando es algo que hacemos por nosotros mismos, porque queremos cumplir el sueño de tener una familia», indica.El matrimonio hizo oídos sordos a comentarios como el de '¿cómo os atrevéis con los problemas de racismo que hay?' y muy poco tiempo después fue a Costa de Marfil a por Alejandro. Los dos hermanos van hoy a un colegio privado en el que se sienten como pez en el agua. «Yo estoy muy satisfecho con la forma en que la sociedad ha aceptado a mis hijos y a otros como ellos. Ya no somos raros y a eso ha ayudado mucho la multiculturaridad». Ahora, la pareja quiere que sus niños «aprendan a amar nuestra cultura, pero sin olvidar de dónde vienen» y acabar con sus lagunas. «Mis hijos son afortunados porque tienen dos padres y dos madres».Sin intimidadesMónica López Sanmiguel, psicóloga del servicio Énfasis y lesbiana, también ve clarooscuros en el talante que muestra el vitoriano cuando se relaciona con quienes se salen del molde. La ciudad, destaca, ha sido la primera en aceptar las parejas de hecho, en colocar placas antihomofobia o en oficiar bodas entre personas del mismo sexo. Ante un gay o una lesbiana, el vitoriano se comporta de manera «respetuosa, políticamente correcta». Sin embargo, en el fondo, el rechazo al colectivo «se sutiliza». «Entre las familias vascas se da una especie de pacto de silencio. Aceptan que su hijo o hija sea homosexual, pero no hablan de ello. Si tienen pareja no les invitan a las comidas familiares. Y si se casan, muchas veces no van a las bodas. Temen al qué dirán», resume. Mónica, gallega de nacimiento, se sorprende además por lo poco que los alaveses hablan «de sus cosas íntimas, de sus sentimientos en las cuadrillas y dentro de las familias». Aunque gracias a las campañas de sensibilización se dan pasos, este colectivo vive la adolescencia con turbación. «Las estadísticas dicen que dos de cada tres escolares que sufren acoso y agresiones en los institutos son homosexuales. El 60% de estos chicos se siente inseguro y el porcentaje de suicidios también es mayor». Son datos, agrega, Mónica, ignorados. La educación es, de nuevo, la clave.«El vitoriano no siente que sea homófobo, sexista o racista. No pensamos que discriminamos, creemos que somos tolerantes, pero en la vida cotidiana es cuando afloran determinadas conductas», zanja.

LOS DATOS

Población e inmigración en Vitoria 2003: 224.965, de ellos 11.113 eran inmigrantes.2004: 227.194, de ellos 12.324 eran extranjeros.2005: 229.080 y 15.185.2006: 230.901, de ellos 17.143 son extranjeros.Álava: cuenta ya con 305.500 habitantes, de los que 18.400 proceden de 65 países distintos.Magrebíes: son la segunda comunidad más asentada en la provincia, tras los latinoamericanos.Comunidad gitana de ÁlavaUnas 3.000 personas. Todos los niños están escolarizados y una decena de adolescentes cursa Bachillerato o FP en Vitoria.Bodas en Álava (Eustat)2003: 837 por la iglesia y 614 civiles.2004: 768 canónicas y 613 civiles.2005: 628 canónicas y 554 civiles.2006: (sólo hasta septiembre) 498 por la iglesia y 478 civiles .Bodas homosexuales en Vitoria: 9 desde julio de 2005, entre ellas la de dos hombres de 60 y 75 años.Comunidad homosexual: se calcula que entre el 4% y el 12% de los hombres son gays y entre el 4% y el 7% de las mujeres, lesbianas.Adopciones internacionalesEn Álava viven unos 450 menores adoptados en otros países.ExcluidosSe calcula que una veintena de personas sin hogar duerme cada día en las calles de Vitoria. Otras 30 utilizan el refugio Aterpe.SíndicoAtiende a medio millar de ciudadanos al año. En 2006 abrió 150 expedientes con propuestas de mejora dirigidas al Ayuntamiento.





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