REPORTAJE
La peligrosidad de Silvia Reyes Plata
Un travestido de 56 años relata su paso por la cárcel durante cinco meses y medio por su condición de "invertido" Ahora reclama que la sociedad reconozca el sufrimiento de los que fueron presos sociales.
Manos de hombre con gesto de mujer. Unas uñas largas y afiladas ponen fin a unos dedos de falanges rudas. Silvia Reyes Plata, de 56 años, se frota las manos, las entrelaza, las abre, las cierra, las muestra, en un movimiento sin fin que denota que está inquieta. No en vano aborda uno de los periodos de su vida más intensos.
"Domingo, no te quiero ver más por aquí, no te vistas más de mujer, me decía siempre el juez", explica Silvia, un travestido encarcelado en 1974 por la ley de peligrosidad social, conocida hasta el año 1970 como ley de vagos y maleantes. Aún se acuerda del nombre de aquel magistrado: Antoni Sabater.
Pero Silvia --Domingo en todos los documentos oficiales-- agotó sus vidas y --"a la séptima o la octava", dice riendo--, el juez la encarceló durante cinco meses y medio. Era la medida de seguridad para conseguir que dejara de ser un "invertido tarado disfrazado de mujer".
Silvia dice que si no se hubiera reído del mundo, se hubiera muerto de tristeza. "Fue una época muy dura", rememora, para matizar que, si pudiera hacerse una gradación, todavía lo pasaron peor los travestidos que los gays. "Nos machacaron psicológicamente", lamenta mientras acaricia su larga cabellera.
Primero ingresó en la Modelo y luego pasó por la madrileña prisión de Carabanchel para acabar en Badajoz, donde encerraban a los homosexuales de toda España para cambiarlos.
Coletazos del franquismo
Mientras relata su infierno busca consuelo. Silvia reconoce que cuando le tocó ir a prisión, en 1974, el franquismo daba ya sus últimos coletazos y que la situación que vivió no tenía parangón con la de 20 años antes. Conoce a gays que ahora tienen 70 y 80 años con marcas en su cuerpo de las palizas que recibieron en prisiones y cuartelillos. "Nadie me puso la mano encima en la cárcel", señala, para añadir que vivió la muerte de Franco entre rejas. "Pero el daño moral --dice-- también duele mucho". Todo ello le lleva a tomarse muy en serio el trabajo en la Asociación de ex Presos Sociales, presidida por Antoni Ruiz. El Gobierno les ha prometido un resarcimiento económico, pero también es importante el reconocimiento social.
Discriminación social
"Las personas que hemos pasado por esta situación nos hemos hecho muy duras", dice esta mujer, que tampoco ha querido ser "mujer completa". Silvia se ha valido de hormonas para tener pechos, pero ha renunciado a operarse. Las hormonas la sumían en una tristeza profunda, pero las aguantaba porque le compensaban sus incipientes senos y la desaparición de la barba y del pelo en el pecho.
Recuerda que cuando actuó de bailarina de estriptís en Suiza y tenía que hacer un desnudo integral usaba un esparadrapo para desplazar hacia atrás sus testículos y su pene y parecer una mujer durante segundos.
Pese a haber querido huir de ese mundo del espectáculo rayano con la prostitución, la discriminación social la abocó a las actuaciones en un bar después de rechazos en la hostelería. Las negativas, rememora, siempre iban precedidas de una pregunta. "¿Usted qué es: hombre o mujer?", recuerda, para volver a contestar como lo ha hecho toda su vida: "Soy un travestido".
Interés por los hombres
Nacida en Canarias en 1950, a los 20 años se fue a la mili para intentar curarse. "Hice la instrucción, disparé y jugué al fútbol", explica. Tras un periodo confuso y duro, asimiló que el servicio militar no funcionó y que, además de seguir pensando como mujer, cada vez le gustaban más los hombres. Con esa certeza arrancó una vida que se convirtió en una lucha diaria contra la marginación, en la que todavía sigue empeñada.
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